jueves, 22 de julio de 2021

Hipatia: la razón está llena de estrellas

Ir al teatro parece siempre una actividad de resistencia, que se intensifica en tiempos de pandemia. Cuando la rutina consiste en encerrarnos como vampiros posmodernos en nuestro propio confinamiento de diseño, cada clic virtual un clavo sobre el ataúd, salir al aire limpio de la escena y contemplar las caras de actrices y actores es una maravilla. Como ya tuve ocasión de comprobar con el montaje de Tito Andrónico, hay más seguridad contra el virus en el Teatro López de Ayala que en cualquier taberna. Pero es que anoche el escenario era el Teatro Romano de Mérida. Hay que estar allí entre las viejas piedras para sentir la fuerza de los siglos, la conmovedora voluntad del ser humano por dotar de cultura y sentido su paso por el mundo.

Hipatia es un personaje histórico del que poco se sabe, puesto que no conservamos ningún texto escrito por ella, solamente referencias y correspondencia de sus discípulos. Como en el caso de Jesús de Nazaret, y la comparación no es gratuita, véanse los paralelismos. Hipatia es considerada la primera mujer científica, extraordinaria oradora que enseñaba filosofía, astronomía y matemáticas en Alejandría. La suya fue una época marcada por el edicto del emperador Teodosio en el año 380, que proclamaba el cristianismo como única religión permitida en el Imperio. La medida acrecentó las persecuciones y matanzas por motivos religiosos. Hipatia fue víctima de ellas, a pesar de su posición de prestigio y de contar entre sus alumnos a Orestes, máxima autoridad política de Alejandría, o Sinesio de Cirene, que llegaría a convertirse en obispo. En el año 391 Teodosio dio permiso al líder de los cristianos en Alejandría, el patriarca Teófilo, para demoler los templos paganos de la ciudad, entre ellos el Serapeo, donde Hipatia impartía su cátedra. Ella siguió enseñando y negándose a convertirse al cristianismo, hasta que en el año 415 fue asaltada, violada y descuartizada por un grupo de fanáticos alentados por Teófilo, posteriormente proclamado Santo por la Iglesia.

El personaje histórico de Hipatia tiene sobrada fuerza para devenir en símbolo. Tras una larga etapa de olvido, su figura fue recuperada por la Ilustración en el siglo XVIII como emblema de la razón frente a la barbarie, y permanece de actualidad hasta nuestros días, con el añadido de convertirse también en mártir del feminismo: los enemigos de Hipatia, como era de esperar, la rechazaban ante todo por ser mujer y atreverse a ocupar una posición de magisterio reservada a los hombres. Así se explican las diversas obras literarias y pictóricas en torno a ella, la película Ágora dirigida por Amenábar en 2009, y la obra teatral Hipatia de Alejandría recién estrenada en Mérida. Entre las columnas del teatro romano, entre la creciente marea de intolerancia y fascismo que amenaza con sepultarnos, resulta imposible sustraerse de las palabras sabias y conciliadoras de Hipatia, de su descubrimiento de la órbita elíptica de la Tierra, de la propia elipse como metáfora que nos acerca y aleja del conocimiento y de nosotros mismos.

Mientras veía a Hipatia interpretada por Paula Iwasaki pensaba en Matilde Landa, encarcelada hasta la muerte por la dictadura, que también se negó a convertirse al cristianismo de los fanáticos, y que fue bautizada in articulo mortis, como último ultraje a su libertad. Pensaba en los tiempos que corren, repletos de bulos y farsas como las que socavaron la convivencia en Alejandría. Con solo levantar la mirada vi también las estrellas en la bóveda celeste, iluminando el teatro, las mismas estrellas que obsesionaron a Hipatia hace mil seiscientos años. En honor a ella un cráter lunar, un asteroide y un cometa llevan su nombre. No está mal, pero pienso que todo lo que Hipatia representa se merece nombrar algo más, algo como un astro que brilla con luz propia en el firmamento. Es decir, una estrella.