miércoles, 11 de julio de 2012

Semana Negra


"La literatura es una forma de respirar,
de vivir, de ser yo".

El cielo de Gijón ha estado estos días de un gris dublinés, lleno de nubarrones, en consonancia con el ambiente propicio al género negro y con el negro futuro que nos espera mientras seguimos asistiendo, perplejos, al desmantelamiento de Europa. Acudir a la Semana Negra supone dejarse sorprender por un festival literario que más bien parece una fiesta patronal, con sus atracciones de feria y su multitud de visitantes-pero-dudosos-lectores; aunque al mismo tiempo se agradece que en este caso el patrón sean los libros. Ya nos gustaría que las ferias y fiestas que inundan España en fechas veraniegas tuvieran como excusa a la literatura, y no al santurrón o mártir de turno.

Formar parte de la Semana Negra supone también codearse con otros autores más o menos reconocidos, con periodistas de una amabilidad insospechada, con organizadores vehementes y dicharacheros, todos ellos rápidamente dispuestos a hacerte sentir un celebrante más. El ambiente y las referencias literarias se encuentran por doquier, incluso en el trayecto: al poco de aterrizar, descubro que el recinto donde tiene lugar este año la Semana Negra se corresponde con unos antiguos astilleros (también desmantelados, por supuesto), y enseguida pienso en la lectura que me acompaña en el viaje, El astillero de Onetti.

La Semana Negra a punto ha estado de no celebrarse en 2012, de quedarse sin vigesimoquinta edición, y algo se nota esa amenaza en la atmósfera general de provisionalidad, en los astilleros tan fantasmagóricos como la Santa María de Onetti, y hasta en los grises y dublineses nubarrones. Sin embargo, todo son risas y muestras de camaradería a mi llegada al hotel Don Manuel, encrucijada donde se ofician las tertulias y las juergas de la Semana Negra. Como parte de la bienvenida cae en mis manos un ejemplar de A Quemarropa, decano mundial de la prensa negra y noticiario de un festival que va más allá de lo literario para convertirse en un medio de lucha y reivindicación contra los desmanteladores.


Ya por la tarde toca el turno de hablar de La última sombra, con el desenfado no exento de rigor al que da pie la presentadora, Cristina Macía. Hablo mucho y firmo poco, pero firmaré más al día siguiente gracias a la complicidad de la librería Burma. La primera noche en Gijón se salda con una cena entre escritores y periodistas que me recuerda a la estrambótica high table de Todas las almas. En la segunda y última cena, en cambio, me encuentro rodeado por un trío de autores argentinos tan divertidos como crípticos en su peculiar jerga porteña.

Por el camino voy dejando ciertas cosas en el tintero, como las interesantes charlas a cargo, entre otros, de Rosa Ribas o Secundino Serrano; el rápido saludo a mi compañero de editorial Rafa Marín; o las lecciones de Paco Ignacio Taibo II y su diccionario de sinónimos. Por desgracia, todo ello se mezcla como en un mal cóctel con una nueva amenaza de desmantelamiento que me toca muy de cerca, y de la que no diré más, acaso así no se cumpla. Mejor será agarrarme a la frase que encabeza este artículo, pronunciada por Ana María Matute durante su participación en la Semana Negra, y usarla como asidero contra estos tiempos negros presididos por malhechores que se muestran cada vez más dispuestos a desmantelarnos hasta el alma.

__

No hay comentarios:

Publicar un comentario