viernes, 14 de mayo de 2021

15M: Nos quieren en soledad, nos tendrán en común

 

Un resumen: año 2011, en el marco de una ola mundial de protestas contra la desigualdad iniciada con la Primavera Árabe y continuada con Occupy Wall Street, una manifestación en la Puerta del Sol de Madrid se transforma primero en acampada y luego en ciudad autogestionada, terremoto con réplicas en muy diversas poblaciones de España. Así nace el 15M, un movimiento que desnuda las vergüenzas del poder y que impugna lo establecido: clama contra el bipartidismo, contra el sistema electoral, contra el desmantelamiento de lo público, contra la ruptura del contrato social que obliga a la juventud española a vivir peor que la generación de sus padres.

Un despertar: tras la crisis-estafa financiera iniciada en 2008, el sistema, comportándose como el maltratador que es, intenta culpar a las víctimas: alguien nos dice que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Solo teníamos que mirarnos a la cara y palparnos las heridas abiertas para rechazar la enorme mentira que ocultan esas palabras. El 15M nos abrió los ojos y entrelazó nuestras manos. Según la historiadora del arte Julia Ramírez-Blanco, autora del libro El tiempo de las plazas: “Antes del 15M, la crisis era culpa de la gente, después del 15M, era culpa de los de arriba”.

 

 

Una victoria: cuando el desborde empieza a ser inasumible para el sistema, de nuevo alguien, con el paternalismo propio de los señoritos, nos dice que en vez de tanto protestar lo que tenemos que hacer es fundar un partido y presentarnos a las elecciones. El impulso libertario del 15M es imposible de reducir a las formas de participación política convencionales, pero lo cierto es que su espíritu y sus ideas estuvieron bien presentes en los ayuntamientos del cambio que en 2015 se hicieron con el poder institucional en capitales como Madrid, Barcelona, Valencia, Cádiz, Zaragoza, Santiago y La Coruña. Basta revisar las imágenes de Ada Colau, de activista antidesahucios a alcaldesa de Barcelona, sujetando el bastón de mando municipal rodeada por una multitud ilusionada y sonriente, para comprender que el eco del 15M puede derribar montañas.

Un contraste: el 15M fue una gentrificación al revés, puso el centro de las ciudades al servicio de sus habitantes, no al servicio del dinero. En la Puerta del Sol había cocinas, medios de comunicación, servicio de limpieza, biblioteca, asesoría legal, enfermería… todo lo que necesita una ciudad en miniatura, de forma autogestionada y con la participación del vecindario, que acudía a ayudar y a llevar comida y toda clase de útiles de forma completamente altruista. El contraste con los núcleos financieros de las grandes ciudades es demoledor: desde Wall Street, capital del dolor neoliberal, hasta la City londinense, donde las empresas pagan menos impuestos que en el resto de Londres, pasando por el dumping fiscal de la Comunidad de Madrid, el 15M nos enseña la importancia del bien común y de la ayuda mutua frente al beneficio económico puesto por encima de cualquier consideración social, por encima incluso de la vida. El 15M es un viaje que nos lleva del paraíso fiscal al paraíso anticapitalista.

 

Una derrota: diez años después del 15M, las condiciones de vida de los jóvenes en España apenas han mejorado, con sueldos más bajos y contratos más precarios que en 2011. La banca no ha devuelto el dinero de su rescate pero aumenta ganancias y anuncia despidos masivos, las grandes fortunas son más grandes todavía y los pobres más pobres (uno de cada tres niños españoles está en riesgo de pobreza), España goza de una de las tarifas eléctricas más caras de Europa y se estima que la pobreza energética afecta a cuatro millones y medio de españoles, al mismo tiempo que el presidente de Iberdrola gana doce millones de euros al año. Se suele señalar a los políticos como culpables de todos nuestros males, mientras los directivos de las grandes empresas continúan a salvo, impunemente, viviendo, ellos sí, por encima de nuestras posibilidades. Y de las posibilidades de nuestro planeta.

Unas manos: las tuyas, las mías, las nuestras. Se cumplen diez años del 15M y queda mucho por hacer. Los profetas del desencanto aseguran que la Spanish revolution no llegó a nada, pero lo cierto es que sirvió para casi todo: para reapropiarse del espacio público, para tejer redes de solidaridad y activismo, para enamorarse, para eclosionar en múltiples expresiones culturales, para comenzar a hacernos feministas, para ensayar un modelo de convivencia ajeno a la depredadora lógica de mercado, para mostrarnos que hay otro camino. Si la pandemia nos ha enseñado que no hace falta darse la mano para sentirnos cerca, el 15M reveló al mundo que se puede aplaudir sin hacer ruido. Puesto que nos sobran los motivos, esas manos alzadas deberían levantarse de nuevo. Ya lo decía Eduardo Galeano: “Tenemos las manos vacías. Pero las manos son nuestras”.

viernes, 7 de mayo de 2021

Oh capitán mi capitán

 

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Para entender la pérdida, hay que comprender que el profesor metido a vicepresidente era un arquetipo. Como Neo en Matrix, como Robin Williams en El Club de los Poetas Muertos, Pablo Iglesias estaba ahí para conseguir que nos subiéramos a la mesa, para invitarnos a sobrevolar la angustiosa realidad con ánimo de transformarla. Por desgracia, fuera de la ficción es imposible esquivar las balas, y en Madrid, la mayoría del alumnado prefiere irse de cañas en vez de recitar a Walt Whitman.

Su sacrificio ha sido innecesario y a mayor gloria de las Máquinas, un error de guión como para mi gusto lo fue el final de Matrix. No obstante, creo que Pablo Iglesias se va dejando un eco de indignación aplazada, y en el aire un testigo que debemos recoger para que el trumpismo patrio no nos aplaste, valga el juego de palabras.

Hablando de héroes caídos y arquetipos, es obligado recurrir a mi querido Tolkien: "De las cenizas subirá un fuego / y una luz asomará en las sombras". Mientras su impronta permanece en el Consejo de Ministros, las de abajo seguiremos trabajando por el bien común, cada una en la medida de sus posibilidades; y memorizaremos unos versos más, aquellos que comienzan diciendo "¡Oh capitán! ¡Mi capitán!"

Nota: esta entrada se comprende mejor tras ver esta grabación, de 2008, en la que un desconocido Pablo Iglesias invita a sus alumnos de Ciencias Políticas a reproducir la famosa escena de la película El Club de los Poetas Muertos.