miércoles, 26 de diciembre de 2012

Un Viaje Inesperado

El camino sigue y sigue desde la puerta.
El camino ha ido muy lejos,
y si es posible he de seguirlo
recorriéndolo con pie decidido
hasta llegar a un camino más ancho
donde se encuentran senderos y cursos.
¿Y de ahí adónde iré? No podría decirlo.


Al fin he tenido la oportunidad de ver el esperado Viaje Inesperado de Bilbo Bolsón. Empezaré señalando lo negativo: no vuelvo a sentarme en la fila 6 en una proyección en 3D. Estuve cerca de sufrir un mareo, y en muchos momentos era incapaz de seguir la alta velocidad de ciertas secuencias. Además, el ultraje del doblaje me impidió saborear detalles como la canción inicial de los enanos, o el presumible acento británico del actor principal.

Todo lo demás fue, sin embargo, realmente positivo. Peter Jackson ha realizado de nuevo un meritorio trabajo de adaptación, elevando El Hobbit de cuento infantil introductorio a la categoría de gesta épica que anticipa la grandeza de El Señor de los Anillos. Se ha servido para ello de elementos ajenos a la novela pero perfectamente fieles a la obra del Tolkien: un prólogo donde narra la expulsión de los enanos de su hogar en Erebor, y una secuencia tomada de los Apéndices que rememora la guerra entre orcos y enanos por el control de Moria. Con tal propósito despliega numerosos recursos, como transformar en leyenda el apodo de Thorin, Escudo de Roble, durante el combate contra su archienemigo Azog; simplificar en exceso la desconfianza ancestral entre elfos y enanos (no todo van a ser aciertos); o explotar la vis cómica del mago Radagast en vez de abusar de la de los enanos (que adoptan aquí un tono mucho más severo que su pariente Gimli, un tanto ridículo en la versión cinematográfica de El Señor de los Anillos).

Radagast sirve también de enlace para otro de los certeros añadidos de la película: la somera explicación de Gandalf en el libro para excusar su ausencia de parte de la aventura (a saber: ocuparse, con la ayuda del Concilio Blanco, de desalojar al Nigromante de Dol Guldur) va a dar pie en la trilogía a una buena cantidad de metraje. Tolkien no se distingue por hacer un uso convencional de sus dotes narrativas, es habitual que refiera importantes acontecimientos en elipsis, o que omita el desarrollo de escenas cruciales como el desenlace de la Batalla de los Cinco Ejércitos. Me parece un auténtico regalo que Peter Jackson y su equipo vayan a ofrecernos esta batalla en todo su esplendor, o la historia jamás contada del duelo entre Gandalf y el Nigromante. Frente a esas olvidables secuelas y precuelas que hemos soportado en los últimos años y que no hacían más que desmerecer el original (The Matrix, Alien, Star Wars), el paso a la pantalla de El Hobbit está a la altura y encaja a la perfección con el de El Señor de los Anillos. Y por si fuera poco, nos concede tres nuevas ocasiones para contemplar en el cine las maravillas extraídas de la inigualable imaginación del profesor Tolkien, cuya simple enumeración ya adquiere resonancias mágicas, como si invocara el mundo de ensueño, el mito que siempre quisimos habitar: Historia de Una Ida y Una Vuelta, la Última Morada, una tormenta provocada por gigantes, la insondable ciudad de los trasgos, acertijos en las tinieblas, el Señor de los Vientos, la Montaña Solitaria, la Desolación del Dragón…

Encuentro por tanto la polémica conversión de El Hobbit en trilogía sobradamente justificada, ya que no se trata tanto de trasladar la novela al cine como de crear una saga a partir del material proporcionado por Tolkien. En definitiva, no estamos ya ante la peripecia cómica de trece enanos, un hobbit y un mago, sino ante la epopeya del viaje, de la lealtad y de la venganza. Los ecos de Beowulf, tan presentes en la obra de Tolkien, son evidentes aquí, con la peculiaridad de que el campeón que se enfrenta al monstruo es un mediano bonachón y, en apariencia, insignificante. Tal y como señala Gandalf en su inspirador diálogo con Galadriel, el amor de Tolkien por las cosas pequeñas que infunden coraje y ayudan a superar las desgracias cotidianas se simboliza a la perfección en el buen viejo Bilbo. Porque tal vez, lejos como estamos de ser héroes legendarios que luchan contra dragones, necesitemos de la sabiduría y de la templanza y de las alegres ganas de vivir del señor Bolsón para seguir disfrutando de los placeres de La Comarca.

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