
Por momentos, sobre todo al principio del metraje, tengo la
sensación de moverme entre los escenarios rurales que pintaba Edward Hopper y
los frescos sin esperanza de Raymond Carver. Luego me domina la certeza de que
no hace falta irse a Iowa, Estados Unidos, para contar la historia de Alvin
Straight: los paisajes, los trabajos en el campo, el modo de vida, la
testarudez y el buen corazón de Alvin me recuerdan tanto a mi abuelo y a la
tierra de mi infancia.
The Straight story es una road movie en el sentido más
clásico, una odisea exterior y una transformación interior. Es algo así como el
reflejo crepuscular de Into the wild, otra excepcional aventura de
descubrimiento personal, también basada en hechos reales, rodada por Sean Penn
en 2007. Para mí ya es tarde, pero invito a quienes tengáis la suerte de no
haberlas visto, a saborear Into the wild y The Straight story por este orden, a
comparar el viaje al encuentro de sí mismos de Christopher McCandless y de
Alvin Straight.
Después de verlas, a uno le entran unas ganas terribles de
ir a los bosques a vivir deliberadamente, como diría Thoreau, y de tumbarse bajo el cielo a contemplar las estrellas.
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