"En una multitud que camina hay una fuerza de determinación colectiva valerosa porque excluye la ira".
Antonio Muñoz Molina
Antonio Muñoz Molina
15 de febrero de 2003, paremos la guerra: un millón de
personas entre Atocha y Sol, según la estimación de la prensa, la mayor
manifestación de la historia de España, convocada en ciudades de todo el mundo
por el movimiento altermundista. 13 de marzo de 2004, queremos la verdad: miles
de personas rompen la jornada de reflexión, convocadas anónimamente por SMS
ante las patrañas de Aznar, y provocan un vuelco electoral. 15 de mayo de 2011,
no nos representan: indignados por una clase política que considera crisis lo
que a todas luces es estafa, lo que parecía una manifestación más deviene en
acampada y luego en ciudad alternativa, en pequeña república del cambio.
Yo estuve allí, como en tantas otras movilizaciones, y mi presencia es lo de menos. Lo de más es que todas aquellas convocatorias eran de protesta, se ejercía el derecho de manifestación en contra de algo: de la invasión de Iraq, de las mentiras del gobierno, del bipartidismo anquilosado y corrupto. Pero hay un hilo de continuidad en ellas, que ya comienza a transformarse el 15M: de la marcha se pasa a la sentada, de la queja a la deliberación. Y así, tres años y medio después, se añade un nuevo párrafo a esta crónica.
31 de enero de 2015, Podemos: unas ciento cincuenta mil
personas marchan sobre el centro de Madrid, nunca antes un acto público de un
solo partido político había logrado tanto respaldo, y este partido político ni
siquiera existía un año antes. La protesta ha mutado en ilusión: la gente
sonríe y se siente protagonista del cambio, la democracia representativa se
vuelve por momentos participativa, los de abajo somos más y no tenemos miedo.
Yo también estuve allí. Apenas podía moverme en la Puerta del Sol, esquina calle Preciados. Por allí, junto a mí, pasó Pablo Echenique en su silla de ruedas, entre los agradecimientos de la multitud empoderada. Por allí, junto a mí, había pasado en marzo de 2003 José Saramago, de camino al estrado, donde afirmaría que ha nacido una nueva superpotencia, la opinión pública. Esta nueva superpotencia tiene ahora once años, casi doce, el tiempo que ha transcurrido por ese hilo rojo de la memoria y de la dignidad. Confío en que no tengamos que esperar a la mayoría de edad para hacernos con las riendas de nuestro futuro. El momento es ahora.
Yo estuve allí, como en tantas otras movilizaciones, y mi presencia es lo de menos. Lo de más es que todas aquellas convocatorias eran de protesta, se ejercía el derecho de manifestación en contra de algo: de la invasión de Iraq, de las mentiras del gobierno, del bipartidismo anquilosado y corrupto. Pero hay un hilo de continuidad en ellas, que ya comienza a transformarse el 15M: de la marcha se pasa a la sentada, de la queja a la deliberación. Y así, tres años y medio después, se añade un nuevo párrafo a esta crónica.
Yo también estuve allí. Apenas podía moverme en la Puerta del Sol, esquina calle Preciados. Por allí, junto a mí, pasó Pablo Echenique en su silla de ruedas, entre los agradecimientos de la multitud empoderada. Por allí, junto a mí, había pasado en marzo de 2003 José Saramago, de camino al estrado, donde afirmaría que ha nacido una nueva superpotencia, la opinión pública. Esta nueva superpotencia tiene ahora once años, casi doce, el tiempo que ha transcurrido por ese hilo rojo de la memoria y de la dignidad. Confío en que no tengamos que esperar a la mayoría de edad para hacernos con las riendas de nuestro futuro. El momento es ahora.
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