miércoles, 20 de julio de 2011

Philip K. Dick

–Muy bien, señor. Un abono. ¿Para dónde?
–Macon Heights –dijo el hombrecillo.
–Macon Heights –Jacobson consultó la lista–. Macon Heights. Ese lugar no existe.

Mi acercamiento a Philip Kindred Dick en general, y a este volumen de Cuentos completos en particular, ha sido siempre cinematográfico. Mientras que conozco casi toda la amplia filmografía basada en sus obras, apenas había leído nada suyo. Comencé con el relato La segunda variedad, no tanto por la adaptación al cine (Screamers, que no he visto) como porque un viejo amigo me lo contó tiempo atrás. Tenía curiosidad por acercarme al original de una historia que recordaba fascinante. Pero el relato en sí me pareció por debajo de las expectativas que yo mismo me había creado y, sobre todo, penosamente escrito. Mal empezábamos, a vueltas con la eterna dicotomía entre ciencia ficción y alta literatura, como si fueran excluyentes, como si una buena historia de ci-fi no pudiera escribirse bien.

Proseguí con Recuerdos al por mayor, germen de la magnífica Desafío total. Y luego con Equipo de ajuste, convertida recientemente para la gran pantalla en Destino oculto. En ambos casos sorprende la habilidad de Dick para epatar al lector con sus juegos en torno al cuestionamiento de la realidad. Literariamente, el primer relato está mucho mejor construido y resuelto que el segundo, con un ingenioso final que nada tiene que ver con el del largometraje de Paul Verhoeven. Al leerlos me resultó inevitable compararlos con las adaptaciones al cine, para concluir que, tal y como sospechaba, se trata más bien de películas inspiradas en estos cuentos, y que detrás de ellas hay un notable esfuerzo de guión para densificar la trama. Porque lo que PK Dick aporta son ideas, grandes ideas, algunas de desarrollo mediocre y otras de mucho mayor alcance. Tantas y tan buenas que su influencia sobre la ciencia ficción en el cine va mucho más allá de las películas que incluyen su nombre en los créditos: imposible no pensar en la saga Terminator al leer La segunda variedad con sus robots autorreplicantes, o en The Matrix y las constantes referencias a lo real-virtual del universo dickiano.

Llegué entonces, por puro azar sobre el índice de cuentos, a El abonado. Magistral inicio que nos presenta a un viajero que intenta comprar un billete de tren hacia un lugar que no existe. El empleado del ferrocarril se lo demuestra enseñándole el listado de destinos y, frente a tal evidencia, el viajero, simplemente, desaparece. Escrito con soltura y acierto, este relato es quizá el más redondo del volumen, el que con mayor interés conduce al lector hacia su desenlace, hacia esas últimas páginas donde buscamos ansiosos la resolución del misterio. Otro tanto ocurre con El mundo que ella deseaba, menos brillante quizá aunque de comienzo igualmente atractivo.

Pero es donde menos esperaba a este autor, en el campo de la ci-fi humanista, el terreno sobre el cual más ha conseguido conmoverme. Lo logra con Desayuno en el crepúsculo, Humano es, James P. Crow y Una visita a la superficie. En la línea del mejor Ray Bradbury, Dick plantea una situación excepcional (un viaje en el tiempo, una guerra nuclear, una sociedad dominada por robots con humanos como criados) para hacernos reflexionar, no ya sobre el futuro probable, sino sobre nuestro propio presente. Hay otros relatos que no menciono aquí por ser claramente menores (más que una antología, se hubiera agradecido una selección por parte de los editores), pero cierro estos Cuentos completos con la satisfacción de haberme reconciliado con PK Dick y, ya de paso, con el tan denostado género de la science-fiction.

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