domingo, 28 de septiembre de 2014

El cielo de Madrid



Si hace dos años decíamos que este loco se iba con otra loca y que eso suponía dejar atrás una ciudad-mito y unos amigos que tal vez no resistirían el paso del tiempo, corresponde ahora hacer balance y congratularse de que ese balance sea muy positivo: es siempre un placer el reencuentro, con la ciudad y con los amigos. No diré sus nombres porque ellos ya saben quiénes son, pero sí daré los de la ruta que hacemos juntos: ellos me acompañan a intervalos, se suman a la feliz corriente de la ociosidad y vuelven a verse, conmigo como excusa.

Empezamos por el cine (los Renoir, la Filmoteca, el Círculo de Bellas Artes), donde Philip Seymour Hoffman es El hombre más buscado y uno no se cansa de decirle adiós y agradecerle la enormidad de su talento. Seguimos por los cafés (el terroso Terral, el céntrico Central, la deliciosa cafetería del Museo del Romanticismo) que invitan a leer y a conversar y a emborronar cuadernos.


Vayamos luego de librerías (La Central de Callao, La Buena Vida, Alberti, Mujeres, Ocho y Medio, Méndez, el Pequeño Museo del Escritor) y hagamos que el tiempo se detenga en Padis, encrucijada lúdica que conduce a Erebor, a Desembarco del Rey, a Rokugan.

Acabemos nuestro viaje sentimental en los parques, durante el ocaso: si no hay tiempo para ir al Buen Retiro lo habrá para evocar los Jardines de Sabatini, o para pasear junto al Templo de Debod con las mariposas pugnando por revolotear dentro de los sueños que no pueden cumplirse.

El cielo de Madrid está a ras de suelo, la ciudad y los amigos se quedan pero también se llevan dentro, atrás dejamos las aventuras en busca de gloria y fortuna, siempre nos quedará el Massey Hall.