martes, 25 de octubre de 2022

Ursula Le Guin: una maga de Terramar

Da gusto encontrar nuevos hallazgos literarios, nuevos mundos de ficción en los que sumergirse. Sobre todo a partir de cierta edad en la que cuesta recuperar el entusiasmo. A veces la literatura, como el mundo, nos parece un lugar demasiado transitado, un exceso de voces donde ya estuviera todo dicho. Y en esa desidia apareció, a comienzos del último verano, Quienes se marchan de Omelas, un relato de Ursula K. Le Guin recién publicado en edición ilustrada por Nórdica. Su lectura resultó impactante, un puñetazo en el estómago, un zarandeo que me obligaba a despertar del sueño de la razón. El siguiente paso era aquel que siempre postergaba: de Un mago de Terramar no sabía nada, apenas las difusas recomendaciones de dos amigos que lo habían disfrutado en la juventud. En la era del hype y del spoiler, de las polémicas preventivas, del vamos a contarlo todo para no dejar nada a la imaginación del lector o espectador, zambullirme en las aguas de Terramar sin haber leído siquiera la contraportada fue un lujo para mí, el paradigma del menos es más.

Un mago de Terramar es la obra principal en literatura fantástica de Le Guin, escrita en 1968, todavía en la estela del éxito original de El Señor de los Anillos de Tolkien. Sin entrar en demasiadas comparaciones, la obra de la escritora estadounidense nos presenta también un universo de ficción que se va desplegando ante los ojos del lector, con hechiceros y dragones, viajes a lugares maravillosos, un pasado remoto de héroes legendarios, y una geografía y unos pobladores muy diversos. La gran diferencia es sin duda el ámbito donde se desarrolla la épica: en las historias de Terramar apenas se describen enfrentamientos bélicos, y los grandes combates se libran en el interior de los protagonistas. Casi todo lo que ocurre tiene un alto grado de simbolismo, en consonancia con la tradición mística oriental. Y en ese propósito de la autora para crear una fantasía medieval con elementos ajenos a la tradición europea destaca también el color de piel de Gavilán, el aprendiz de mago que abre el primer volumen de la saga y vehicula el resto. Para el segundo libro, Las tumbas de Atuan, Le Guin reserva el papel principal a una mujer, aprendiz de sacerdotisa, para equilibrar la escasa y estereotipada presencia de mujeres en la primera entrega. Se echa de menos, en las dos novelas iniciales, un mayor repertorio de personajes y de situaciones que espero ir encontrando más adelante. Tengo pendiente todavía la lectura de los cuatro libros restantes de la saga, pero ya me reconozco como un habitante más de las islas de Terramar, como lo he sido siempre de la Tierra Media, y me dejo llevar por su fabulosa magia basada en las palabras, y en el nombre verdadero de las cosas.

Sobre Ursula K. Le Guin, cuya obra se ramifica en ensayos, cuentos, poemarios y en novelas señeras de la ciencia-ficción como Los desposeídos o El nombre del mundo es Bosque, se podría decir mucho en favor de su visión honda y radical del mundo, y en especial de su afán por impugnar lo establecido. Basta recordar un fragmento de su discurso de 2014 al ser premiada por la National Book Foundation: “Vivimos en el capitalismo. Su poder parece ineludible. También lo parecía el derecho divino de los reyes. Cualquier poder humano puede ser resistido y cambiado por seres humanos. La resistencia y el cambio suelen comenzar en el arte, y muy a menudo en nuestro arte, el arte de las palabras”.

martes, 13 de septiembre de 2022

Seré amado cuando falte (a la manera de Javier Marías)

Ya está hecho. The deed is done. Dejo de cruzar el mundo de los vivos, mis pies no hollarán más la tierra. Nada puede hacerse para remediarlo. Carezco ya de veneno y sombra, solo queda el adiós. No lamento apenas marcharme así, sin despedida o aviso, porque la esfera pública me incomodaba de forma creciente, y enfrentarme a ella periódicamente era más condena que alivio. Ustedes ya saben que hice propósito de abandonar la terca costumbre de la opinión dominical hace un quinquenio o acaso un decenio, cuando todavía era pertinente. Fui un tanto necio y no seguí mi instinto de conservación, o quizá fuera de supervivencia; todo lo contrario, fui contumaz, impertinente. Perseveré en la crónica de tiempos aciagos, de tiempos malditos y groseramente posmodernos. También les hice partícipes, es justo decirlo, de otras muchas y variadas cuestiones: de mis hallazgos en cine y en literatura pero nunca en teatro, de las figuritas que encontraba en los lugares más recónditos y de las simpáticas relaciones que establecían entre ellas, de aquellas ocasiones en las que traté de ser todo un caballero, de mis tropiezos con el balón, de mis idas y venidas oxonienses, de las peripecias auténticas o imaginadas del Reino de Redonda y su amable y distinguida corte.

Fíjense cuánta futilidad, comenzar por un pliego de descargo, por un excusatio non petita para mayor solaz de tanto enemigo declarado o solapado. Inicio por añadidura superfluo, puesto que por los artículos no seré recordado: caerán como espada sin filo por un presente continuo y melifluo que no conduce a parte alguna. Tendré suerte, en todo caso, si mis esfuerzos novelescos perduran en la negra espalda del tiempo. ¿Quién lee hoy a mi admirado Juan Benet? Agradezco, no obstante, las palabras amables que ahora se verterán en las páginas impresas de periódicos varios (en cuanto a las no impresas, ustedes ya me conocen, y por decirlo a la manera de mi antiguo vecino de página: se me dan un ardite); agradezco a quienes vayan a releerme buscando alguna nueva luz o cierta esquiva sombra; agradezco incluso la llegada de nuevos lectores, de aquella clase que siente la mórbida atracción de leer al escritor puesto de moda una vez finado. No seré yo quien se queje de despertar pasiones post mortem, yo que cuando fui mortal tanto me deleitaba con los cuentos de fantasmas.

No debería uno contar nunca nada, y sin embargo se apaga una vida dedicada a la narración. También a traducir y editar, háganme el favor de recordarlo, y a impartir clase desde la tarima con inevitable revuelo de togas, más bien poca. No debería haber contado nunca nada, o acaso sí. Tal vez tuvo sentido servirles de guía en la búsqueda de todas las almas, quizá mereció la pena disponer para ustedes de un corazón tan blanco, o tratar de averiguar cuáles serán sus rostros mañana, en la batalla. Piensen en mí, o mejor, léanme de cuando en cuando, si consiguen desprenderse de la pomposa y grávida actualidad, si logran despegar sus castigados ojos de las agresivas pantallas. Me dispongo ahora a reunirme con mis parientes, con mis queridos padre y madre, con los maestros Juan y sir Peter Russell, espero que no con el traidor taimado Tupra. También me gustaría, dentro de las posibilidades imposibles que otorgamos a la muerte, citarme por ejemplo en The Hawes con Tusitala, obsequiarle acaso con una edición bilingüe de De vuelta del mar, preguntarle un tanto inapropiadamente cómo suena este su réquiem en castellano: “Bajo el inmenso y estrellado cielo / cavad mi fosa y dejadme yacer / Alegre he vivido y alegre muero / pero al caer quiero haceros un ruego / Que pongáis sobre mi tumba este verso / Aquí yace donde quiso yacer / de vuelta del mar está el marinero / de vuelta del monte está el cazador”.