martes, 13 de septiembre de 2022

Seré amado cuando falte (a la manera de Javier Marías)

Ya está hecho. The deed is done. Dejo de cruzar el mundo de los vivos, mis pies no hollarán más la tierra. Nada puede hacerse para remediarlo. Carezco ya de veneno y sombra, solo queda el adiós. No lamento apenas marcharme así, sin despedida o aviso, porque la esfera pública me incomodaba de forma creciente, y enfrentarme a ella periódicamente era más condena que alivio. Ustedes ya saben que hice propósito de abandonar la terca costumbre de la opinión dominical hace un quinquenio o acaso un decenio, cuando todavía era pertinente. Fui un tanto necio y no seguí mi instinto de conservación, o quizá fuera de supervivencia; todo lo contrario, fui contumaz, impertinente. Perseveré en la crónica de tiempos aciagos, de tiempos malditos y groseramente posmodernos. También les hice partícipes, es justo decirlo, de otras muchas y variadas cuestiones: de mis hallazgos en cine y en literatura pero nunca en teatro, de las figuritas que encontraba en los lugares más recónditos y de las simpáticas relaciones que establecían entre ellas, de aquellas ocasiones en las que traté de ser todo un caballero, de mis tropiezos con el balón, de mis idas y venidas oxonienses, de las peripecias auténticas o imaginadas del Reino de Redonda y su amable y distinguida corte.

Fíjense cuánta futilidad, comenzar por un pliego de descargo, por un excusatio non petita para mayor solaz de tanto enemigo declarado o solapado. Inicio por añadidura superfluo, puesto que por los artículos no seré recordado: caerán como espada sin filo por un presente continuo y melifluo que no conduce a parte alguna. Tendré suerte, en todo caso, si mis esfuerzos novelescos perduran en la negra espalda del tiempo. ¿Quién lee hoy a mi admirado Juan Benet? Agradezco, no obstante, las palabras amables que ahora se verterán en las páginas impresas de periódicos varios (en cuanto a las no impresas, ustedes ya me conocen, y por decirlo a la manera de mi antiguo vecino de página: se me dan un ardite); agradezco a quienes vayan a releerme buscando alguna nueva luz o cierta esquiva sombra; agradezco incluso la llegada de nuevos lectores, de aquella clase que siente la mórbida atracción de leer al escritor puesto de moda una vez finado. No seré yo quien se queje de despertar pasiones post mortem, yo que cuando fui mortal tanto me deleitaba con los cuentos de fantasmas.

No debería uno contar nunca nada, y sin embargo se apaga una vida dedicada a la narración. También a traducir y editar, háganme el favor de recordarlo, y a impartir clase desde la tarima con inevitable revuelo de togas, más bien poca. No debería haber contado nunca nada, o acaso sí. Tal vez tuvo sentido servirles de guía en la búsqueda de todas las almas, quizá mereció la pena disponer para ustedes de un corazón tan blanco, o tratar de averiguar cuáles serán sus rostros mañana, en la batalla. Piensen en mí, o mejor, léanme de cuando en cuando, si consiguen desprenderse de la pomposa y grávida actualidad, si logran despegar sus castigados ojos de las agresivas pantallas. Me dispongo ahora a reunirme con mis parientes, con mis queridos padre y madre, con los maestros Juan y sir Peter Russell, espero que no con el traidor taimado Tupra. También me gustaría, dentro de las posibilidades imposibles que otorgamos a la muerte, citarme por ejemplo en The Hawes con Tusitala, obsequiarle acaso con una edición bilingüe de De vuelta del mar, preguntarle un tanto inapropiadamente cómo suena este su réquiem en castellano: “Bajo el inmenso y estrellado cielo / cavad mi fosa y dejadme yacer / Alegre he vivido y alegre muero / pero al caer quiero haceros un ruego / Que pongáis sobre mi tumba este verso / Aquí yace donde quiso yacer / de vuelta del mar está el marinero / de vuelta del monte está el cazador”.