domingo, 26 de marzo de 2017

Presentación en Badajoz (una crónica)

Puede que se requiera cierta osadía para ser profeta en tu tierra, pero no tanta si el terreno de juego del escritor es su propia librería. Y menos aún cuando te sientes acompañado de buenos amigos y lectores, como ocurrió el pasado 22 de marzo en Tusitala. Gracias a la complicidad de Carlos Reymán, que reúne todos y cada uno de los sustantivos anteriores (profeta, escritor, amigo y lector), la presentación de Aniversario transcurrió amablemente, dejándose llevar por la conversación entretejida alrededor de la obra.

Al día siguiente nos encontramos con la publicación en el diario Hoy de esta entrevista al abajo firmante, donde algo explico sobre mi último libro y los anteriores, a la vez que recuerdo a mis autores más admirados y hago un repaso por el tiempo que nos ha tocado vivir, tan difícil para un librero como para cualquiera que se considere inconformista, insumiso, indignado.

El viernes una lectora mallorquina a la búsqueda de autores extremeños se llevó de Tusitala, recomendación mediante, un Landero, un Azaría de mi buena amiga Anabel Rodríguez (a quien debemos la cómica foto que ilustra esta entrada) y un ejemplar de Aniversario, faltaría más. Abrumado a veces por el exceso de gestiones y de cuentas, visitas como esta me devuelven el verdadero sentido de ser librero.

Hoy domingo es Librerantes, pequeña distribuidora que trata a sus clientes a lo grande, quien se hace eco de mis palabras y de mis ideas en esta otra entrevista, que se puede leer como la segunda parte de la anterior, en cierto modo. Y para aquellos que me andan preguntando ya por segundas partes de Aniversario, no se precipiten, que todo libro necesita de reposo, y en cualquier caso aquí mismo les ofrezco tareas varias para la lectura. Un placer, como siempre.

miércoles, 15 de marzo de 2017

En defensa del cuento

Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros;
el de explayar en quinientas páginas una idea
cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos.
Más razonable, más inepto, más haragán,
he preferido la escritura de notas sobre libros imaginarios.
Jorge Luis Borges

En el mercado editorial se da por sentado que los libros de relatos se venden peor que las novelas: algo tendrá que ver con el hecho de que los llamados best-sellers, con las exageradas campañas de marketing que los acompañan, sean siempre novelas. Sin embargo, todos sabemos que, en los acelerados tiempos que vivimos, escasea la paciencia de los lectores para concentrar su atención en narraciones de largo aliento, y se tiende a aquello que pueda leerse en un descanso, en un pantallazo, en un suspiro: al relato, al poema, al microcuento, a la micropoesía. Mi conclusión, que entrego ya al lector por anticipado en este primer párrafo, es que los libros de relatos se venden peor que las novelas, pero se leen mejor.

El cuento tiene la ventaja de prestarse con entusiasmo a las antologías: escoja usted un tema o una generación más o menos artificial de autores, y encontrará el correspondiente libro de relatos. Para quienes soportamos cada vez menos la lectura de más de un centenar de páginas consecutivas de un mismo escritor, qué pesadez, se nos concede la opción de picotear entre distintos autores sin salir del mismo libro. Y los temas pueden ser bien dispares, alejados en apariencia de la literatura como ese Tiros libres: relatos de baloncesto editado por Lupercalia; o también fundamentales para entender el futuro hacia el que nos encaminamos sin mucho remedio, véanse por ejemplo los cuentos recopilados en Mañana todavía: doce distopías para el siglo XXI.

El relato es asimismo una forma concisa y exquisita de escribir novela. Si unimos todos los cuentos de Borges, obtendremos la gran novela que nunca quiso escribir. Los relatos de la recién descubierta Lucía Berlin son magníficos, sí; pero no me negarán, como le gustaría decir al Vila-Matas de Mac y su contratiempo, que Manual para mujeres de la limpieza es una novela basada en la repetición. Es más, en ciertos casos podríamos decir que la mejor novela es el libro compuesto por cuentos que se relacionan y se interpelan entre sí: me vienen a la cabeza dos clásicos, por una parte ese virtuoso artefacto literario que Ítalo Calvino dio en titular Si una noche de invierno un viajero; por otra, la fabulosa excursión de Fernández Flórez por el realismo mágico, a través de las frondosas páginas de El bosque animado.

Y ya para rizar el rizo e ir terminando, se me antoja afirmar que el libro de cuentos destaca por lo que no dice, por el hueco o el silencio que existe entre un relato y el siguiente, especialmente cuando éstos se refieren a un mismo corpus. En la novela pasamos de un capítulo al siguiente sin solución de continuidad, pero en el relato, ¿cuántos más se podrían haber escrito y quedan ahora a discreción del imaginativo lector, cuánto de las interconexiones entre los distintos cuentos forma una trama aún mayor que la suma de sus partes? En la infinita biblioteca de Babel habría, al menos, un relato inédito de Borges en cada uno de los anaqueles. Tomen, verbigracia, el Aniversario del abajo firmante, junto con sus disculpas por la autocita, y díganme si no podrían haber sido noventa en lugar de nueve los cuentos escritos en torno a la posibilidad de un mundo en el que sus habitantes mueren coincidiendo con la fecha de su cumpleaños. Tenemos también a Los que duermen de Juan Gómez Bárcena, cuyos relatos son las teselas de un mosaico historicista y al mismo tiempo forman una historia alternativa que clama por más epígrafes.

Me despido de inmediato dejando dos pinceladas para otro día. La primera, dónde situar el mayor de los híbridos literarios que en el mundo han sido: el relato largo o novela corta. La segunda, que Saramago se me aparece ahora como el reverso de Borges, y es que el portugués debería habernos hecho el favor de condensar sus novelas interminables en relatos. En relatos breves.

Artículo publicado originalmente en Librerantes