Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros;
el de explayar en quinientas páginas una idea
cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos.
Más razonable, más inepto, más haragán,
he preferido la escritura de notas sobre libros imaginarios.
el de explayar en quinientas páginas una idea
cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos.
Más razonable, más inepto, más haragán,
he preferido la escritura de notas sobre libros imaginarios.
Jorge Luis Borges
En el mercado editorial se da por
sentado que los libros de relatos se venden peor que las novelas: algo
tendrá que ver con el hecho de que los llamados best-sellers, con las
exageradas campañas de marketing que los acompañan, sean siempre
novelas. Sin embargo, todos sabemos que, en los acelerados tiempos que
vivimos, escasea la paciencia de los lectores para concentrar su
atención en narraciones de largo aliento, y se tiende a aquello que
pueda leerse en un descanso, en un pantallazo, en un suspiro: al relato,
al poema, al microcuento, a la micropoesía. Mi conclusión, que entrego
ya al lector por anticipado en este primer párrafo, es que los libros de
relatos se venden peor que las novelas, pero se leen mejor.
El cuento tiene la ventaja de prestarse
con entusiasmo a las antologías: escoja usted un tema o una generación
más o menos artificial de autores, y encontrará el correspondiente libro
de relatos. Para quienes soportamos cada vez menos la lectura de más de
un centenar de páginas consecutivas de un mismo escritor, qué pesadez,
se nos concede la opción de picotear entre distintos autores sin salir
del mismo libro. Y los temas pueden ser bien dispares, alejados en
apariencia de la literatura como ese Tiros libres: relatos de baloncesto editado por Lupercalia;
o también fundamentales para entender el futuro hacia el que nos
encaminamos sin mucho remedio, véanse por ejemplo los cuentos
recopilados en Mañana todavía: doce distopías para el siglo XXI.
El relato es asimismo una forma concisa y
exquisita de escribir novela. Si unimos todos los cuentos de Borges,
obtendremos la gran novela que nunca quiso escribir. Los relatos de la
recién descubierta Lucía Berlin son magníficos, sí; pero no me negarán, como le gustaría decir al Vila-Matas de Mac y su contratiempo, que Manual para mujeres de la limpieza
es una novela basada en la repetición. Es más, en ciertos casos
podríamos decir que la mejor novela es el libro compuesto por cuentos
que se relacionan y se interpelan entre sí: me vienen a la cabeza dos
clásicos, por una parte ese virtuoso artefacto literario que Ítalo Calvino dio en titular Si una noche de invierno un viajero; por otra, la fabulosa excursión de Fernández Flórez por el realismo mágico, a través de las frondosas páginas de El bosque animado.
Y ya para rizar el rizo e ir terminando,
se me antoja afirmar que el libro de cuentos destaca por lo que no
dice, por el hueco o el silencio que existe entre un relato y el
siguiente, especialmente cuando éstos se refieren a un mismo corpus. En
la novela pasamos de un capítulo al siguiente sin solución de
continuidad, pero en el relato, ¿cuántos más se podrían haber escrito y
quedan ahora a discreción del imaginativo lector, cuánto de las
interconexiones entre los distintos cuentos forma una trama aún mayor
que la suma de sus partes? En la infinita biblioteca de Babel habría, al
menos, un relato inédito de Borges en cada uno de los anaqueles. Tomen,
verbigracia, el Aniversario
del abajo firmante, junto con sus disculpas por la autocita, y díganme
si no podrían haber sido noventa en lugar de nueve los cuentos escritos
en torno a la posibilidad de un mundo en el que sus habitantes mueren
coincidiendo con la fecha de su cumpleaños. Tenemos también a Los que duermen de Juan Gómez Bárcena,
cuyos relatos son las teselas de un mosaico historicista y al mismo
tiempo forman una historia alternativa que clama por más epígrafes.
Me despido de inmediato dejando dos
pinceladas para otro día. La primera, dónde situar el mayor de los
híbridos literarios que en el mundo han sido: el relato largo o novela
corta. La segunda, que Saramago se me aparece ahora
como el reverso de Borges, y es que el portugués debería habernos hecho
el favor de condensar sus novelas interminables en relatos. En relatos
breves.
Artículo publicado originalmente en Librerantes
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