domingo, 29 de marzo de 2020

Diario del virus, cuarta entrega



1. Es el mercado, amigo

En las últimas 24 horas, el virus se ha llevado por delante la vida de más de 800 españoles. Como si hubiéramos sufrido cuatro atentados como el del 11M en un mismo día. Y así cada día. Cuatro atentados como el del 11M a diario. Ante tal barbaridad, el Gobierno nos asegura que está comprando material sanitario a China, a precios altísimos, y que llegará… en las próximas semanas o meses. Y que puede llegar defectuoso, como ya ha ocurrido. El hecho de que se especule con el precio de las mascarillas, que en realidad es especular con la supervivencia de centenares de personas, no debería extrañarnos lo más mínimo. “Es el mercado, amigo”: ya lo dijo ese presidiario que fue vicepresidente de España y director del Fondo Monetario Internacional. Seguro que también dijo en algún momento lo que todos sabemos, que el mercado se regula solo.

2. Algo estamos haciendo mal cuando Trump es el ejemplo a seguir

Una buena opción, para no depender de los caprichos criminales del mercado mientras muere la gente, sería intervenir la sanidad privada para requisar su material, o intervenir también empresas y fábricas para producir lo que España necesita para salvar vidas. Medidas que contempla el Estado de Alarma bajo el que nos encontramos desde hace dos semanas. Medidas que ya ha puesto en marcha el presidente Trump, a través de una ley de guerra para obligar a General Motors a fabricar respiradores para luchar contra la pandemia. Algo estamos haciendo muy mal para que el Gobierno apenas esté tomando medidas así. En España el personal sanitario se ve obligado a hacerse sus propios trajes de protección con bolsas de basura, y tiene que recurrir al trabajo altruista de personas que en sus casas, con impresoras 3D y buena voluntad, están coordinándose para fabricar parte de ese imprescindible material médico. En cantidades minúsculas y sin homologar, claro. Algo estamos haciendo rematadamente mal para depender del voluntariado y de las bolsas de basura ante la mayor crisis humanitaria que hemos sufrido desde la Guerra Civil.


Según el protocolo puesto en marcha al comienzo de la pandemia, el test para detectar el coronavirus solo se realiza a personas que presentan síntomas. Fundamentalmente porque escasean los componentes para realizar el test, como escasea todo lo demás. Sin embargo, varios dirigentes políticos españoles, tanto del Gobierno como de la oposición, además de la familia real, se han realizado el test… sin tener síntomas de haber contraído el virus. También la sanidad privada practica el test a quien se lo puede pagar, tenga o no síntomas. Cada test malgastado así es un test que incumple el protocolo, un test menos donde realmente hacía falta: en hospitales y residencias de mayores, que es donde está muriendo la gente. Ahí lo dejo.

4. Dobles vidas

Anoche vimos una peli francesa titulada Dobles vidas, con diálogos muy teatrales y personajes tan neuróticos como divertidos. Esta mañana de domingo mi pareja ha salido de casa para que una amiga le entregase la visera protectora que ella misma ha fabricado gracias a su impresora 3D. Con un poco de suerte, mañana en el hospital encontrará la manera de ensamblar las gafas que necesita para no contagiarse. Llevamos una especie de doble vida, comportándonos en casa como de costumbre, con las rutinas habituales, cada vez más acostumbrados a la anomalía de no poder salir apenas a la calle. Al mismo tiempo, ahí fuera está en marcha una guerra, y para que no se nos olvide cada tarde a las 20 horas los aplausos se unen a las sirenas de la policía y de las ambulancias. Lástima que haya quienes prefieren anteponer sus privilegios y su dinero al esfuerzo común por la supervivencia. Comencé a escribir esta entrada el sábado, han pasado 24 horas más. Ya saben lo que eso significa. Espero traer mejores noticias el próximo día.

entrada anterior del diario                                                                    siguiente entrada del diario

domingo, 22 de marzo de 2020

Diario del virus, tercera entrega


1. Corinnavirus (un cuento)

Érase una vez un reino peninsular con un rey malvado que caía muy simpático a sus súbditos. Los paisanos sabían de él que robaba y que tenía muchas amantes, pero como tal comportamiento era propio de la corona, los paisanos lo aceptaban con un encogimiento colectivo de hombros. No obstante, aquel rey malvado fue haciéndose viejo y torpe, hasta el punto de verse obligado a abdicar en su hijo, el rey preparado. Poco tiempo después una terrible maldición se abatió sobre el reino, causando estragos y muerte a su paso. Los paisanos combatieron la maldición con todos los remedios a su alcance, hasta que un día supieron que el nuevo rey, el preparado, iba a salir al balcón del castillo para hablar ante sus súbditos. Los paisanos se fueron congregando a las puertas de la fortaleza, con la esperanza de escuchar que el monarca había logrado erradicar la maldición. Sin embargo, el rey les dijo que en realidad su padre había tenido más amantes y que había robado más de lo que se creía, mucho más en verdad, pero que aquello no volvería a ocurrir. Los paisanos, tan perplejos como indignados, entrechocaron una miscelánea de enseres, palos y cacerolas, hasta hacer temblar los cimientos del castillo. Después, se dieron la vuelta colectivamente y continuaron combatiendo la maldición por sus propios medios.


2. Corinnavirus (una realidad)

Corinna es el nombre de la famosa presunta amante de Juan Carlos de Borbón. Su virus consiste en haber inoculado suficiente información para que un tribunal suizo y la Fiscalía Anticorrupción española estén investigando al monarca por presuntos delitos de blanqueo de capitales y evasión fiscal. Pero como todo virus, se ha expandido con presteza y afecta ya a su hijo, especialmente tras publicarse en un diario británico que Felipe de Borbón figura como beneficiario en el paraíso fiscal donde su padre, presuntamente, guarda los millones presuntos que le regala Arabia Saudí. Todo esto Felipe lo sabía hace un año, como admite en el reciente comunicado donde renuncia a la herencia paterna, pero no lo ha hecho público hasta ahora, cuando ya no puede seguir ocultándolo, cuando la población española está atravesando momentos de gran sufrimiento e incertidumbre. La noche del miércoles, Felipe salió en todas las teles para hablar del coronavirus, pero no dijo nada del corinnavirus, ni del comunicado de la Casa Real emitido el domingo; tampoco desveló el misterio de cómo se puede renunciar a una herencia mientras el titular sigue con vida, ni mucho menos resolvió la paradoja de renunciar a la parte de la herencia que le mancha, pero no a ser Jefe de Estado, que en el Reino de España es un cargo hereditario. Resumiendo: decía Charles Maurice de Talleyrand, allá por el siglo XVIII, que “es costumbre monárquica el robar, pero los Borbones exageran". 


3. Parásitos

Cambiamos de asunto, aunque no lo parezca por el título del epígrafe. Un buen recurso para llenar estas horas de confinamiento y desasosiego es sin duda el cine. Hace dos noches estuvimos viendo la película surcoreana Parásitos, tan elogiada y premiada. Voy a ponerme las gafas y adoptar la pose de Carlos Boyero para realizar mi propia crítica: la factura técnica es impecable y la dirección de actores correcta, pero el guión es muy tramposo. Parásitos intenta jugar a dos barajas, a la denuncia social descarnada y a la comedia bufa, quedándose a medio camino de ambas. Para el gusto de quien esto suscribe, hay ejemplos de mejor cine que divierte e incomoda a la vez, véase la reciente La odisea de los giles, que acaso sea demasiado amable y por eso mismo reconforta y recompensa al espectador por su paciencia. Y bueno, si me quito las gafas y la afectación de Boyero, os diré que Parásitos no está mal, pero que no entiendo tanta fama como ha merecido.


4. El desierto de lo real

Me está acompañando en estos días de encierro el filósofo Santiago Alba Rico. Por una parte, leo su libro de cuentos Última hora, que no estaba en mi tsundoku pero que he rescatado de Tusitala. Sí, el jueves fui a mi librería, sintiéndome casi como un ladrón de tumbas que profana un recinto tan sagrado como en ruinas. Luego, una vez dentro y a la media luz que llegaba del exterior, comprobé que todo estaba en orden, que podría volver a abrir en ese momento como si ninguna pandemia hubiera pasado, que ojalá a pesar de los muchos cambios que traen estos tiempos la librería Tusitala permanezca. Por otra parte decíamos, que me distraigo, me ha parecido enormemente esclarecedor este largo artículo de Alba Rico, donde reflexiona sobre el cambio de paradigma para la sociedad occidental que supone el impacto del puñetero coronavirus. Un artículo que comienza con el siguiente tuit: "Esta sensación de irrealidad se debe al hecho de que por primera vez nos está ocurriendo algo real. Es decir, nos está ocurriendo algo a todos juntos y al mismo tiempo. Aprovechemos la oportunidad". Amén.



entrada anterior del diario                                                                    siguiente entrada del diario

martes, 17 de marzo de 2020

Diario del virus, segunda entrega


1. Tsundoku

Es la palabra japonesa que designa esa pila de libros pendientes de leer que suele colocarse en la mesilla del dormitorio. Lo supe gracias a una clienta de Tusitala. Mi tsundoku consta ahora mismo de estos títulos: Una cierta idea de mundo, de Alessandro Baricco, del cual ya hablamos en una de nuestras recomendaciones en vídeo; Tierra de mujeres, un ensayo de la veterinaria María Sánchez sobre la importancia de la mujer en el mundo rural; y también Cartas de Papá Noel, de JRR Tolkien, en exquisita edición de Minotauro. No es que ahora con esto de quedarme en casa tenga más tiempo para leer, entre tareas domésticas y cuidado de la joven Hilda. Pero seguro que vosotros sí: a quienes estáis al otro lado de la pantalla, os animo a contar mediante un comentario en este blog o en vuestras propias redes sociales qué vais a leer, es decir, cuál es vuestro tsundoku.

2. Disculpas

Lo sé: en la primera entrega del presente diario prometí que escribiría una entrada al día, y voy al segundo día y fallo. Ustedes disculpen mi exceso de ambición. Vamos a dejarlo en una entrada semanal como mínimo, procuraré escribir más de una vez a la semana. Resulta sintomático que pasemos a contar por semanas lo que antes contábamos por días. Esto del virus va para largo, y lo sabemos.

3. Mermelada de naranja

Quedarse encerrado en casa cambia algunas costumbres. Me pasé la mañana de ayer haciendo mermelada. Necesitaba esa sensación de tener las manos ocupadas mientras se vacía el pensamiento, pero seamos claros: la mermelada fue obra de un robot de cocina, yo me limité a añadir ingredientes y seguir las instrucciones de la receta. Y sin embargo, aunque sea cocinar para torpes, se parece bastante a cocinar: el vapor de las naranjas cociéndose lo inundaba todo de un aroma dulce, no hacía falta echarle mucho azúcar ni mucha imaginación para verme llevado por un momento al campo, a un terreno de cítricos y azahar. Y es que las naranjas son de mi pueblo, de mi casa en el pueblo. Los árboles son nuestros, y esta es una frase extraña en estos tiempos de vida tan urbana.

4. Más aplausos 

Hay gente ahí fuera que sigue partiéndose el pecho por contener el virus, no lo olvidemos. Destacan los profesionales de la sanidad pública, pero también otras trabajadoras que mantienen el país en marcha, a pesar de todo. Se repiten a diario los aplausos en los balcones para todas ellas. Me cuentan que el domingo, día del primer aplauso, había un niño triste que no había podido celebrar su cumpleaños, cancelado como tantas otras cosas canceladas estos días. Al oír los aplausos del vecindario se quedó estupefacto, y enseguida preguntó por qué se aplaudía. Su madre le dijo que los aplausos eran para él, por su cumpleaños. Creo que todavía le dura la sonrisa al muchacho.



entrada anterior del diario                                                                      siguiente entrada del diario

domingo, 15 de marzo de 2020

Diario del virus, día 1

Foto: diario La Vanguardia

1. Me sobran los motivos

Me sobran los motivos para escribir un diario en estas circunstancias: soy escritor y librero, pero no puedo ejercer de librero. Encontrar unos minutos de respiro cada día para pensar en lo que nos está pasando y ponerlo en palabras es para mí un ejercicio de servicio público. En lo individual y en lo comunitario, necesitamos explicarnos, dar sentido a tantas horas de encierro, comunicarnos, poner a disposición de los demás nuestras habilidades. Si la lectura de este dietario te ocupa cinco minutos al día y te ayuda a reflexionar sobre tus propios motivos, me daré por satisfecho. Vamos a ir a entrada por día hasta la derrota final del virus, o hasta que acabe el confinamiento, ya veremos. Bienvenidas a bordo.

2. Un domingo cualquiera 

Tengo una niña pequeña que no puede salir de casa. Hoy está con sus abuelos maternos, que se marcharán esta tarde y no podrán volver a verla hasta que termine el encierro. Nos hemos puesto a reubicar muebles para que Hilda tenga más espacio para jugar. Taladro, aspiradora, trapos, armarios. Llamadas telefónicas a mi madre y a mi abuela. Es un domingo cualquiera. Mientras desayunaba como de costumbre, leyendo la prensa digital, me encontré con este artículo de Gerardo Tecé, a quien le tomo prestada la cita: Al Pacino interpreta a un entrenador de fútbol americano que, tratando de motivar a sus jugadores, les espeta: “o sanamos como equipo o morimos como individuos”. La película se titula Un domingo cualquiera.

3. Estado de alarma

Admito que los poderes del Estado, cuando están bien empleados, me producen una cierta fascinación. Ante el horror en los hipermercados y la desbandada de madrileños y vascos a las playas, necesitábamos un presidente tranquilo que nos recuerde cuáles son nuestros deberes cívicos para contener la pandemia. Quizá aprendamos de la experiencia. Quizá pasado mañana actuemos con la misma responsabilidad para contener el cambio climático, la pobreza o el hambre. Para eso habría que conceder la misma importancia a tales asuntos que al virus, y que los medios hablaran de ellos continuamente, y que otra vez el Estado impusiera el sentido común al común de los mortales. Sin salirse de los límites de la Constitución, otro mundo es posible. Qué le voy a hacer, soy fan del artículo 128: “Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general”.

4. Aplausos

Ayer la jornada llegaba a su fin con altas dosis de zozobra e incertidumbre. Van a seguir muriendo personas víctimas del virus, otras se pueden arruinar, la mayoría apenas vamos a salir a la calle en un mínimo de dos semanas. Estábamos encajando todavía el golpe del mensaje presidencial cuando empezaron a oírse los aplausos. Salimos a la terraza llevados por un viento de ilusión, estaba ocurriendo algo mágico en mitad de la tragedia: de repente descubro que tengo vecinos, que la ciudad también puede ser un espacio de solidaridad. Mi pareja, que es médica, no pudo salir a recibir el aplauso porque estaba acostando a la niña: no importa, esta noche aplaudiremos de nuevo. España volverá a salir a ventanas, balcones y azoteas para agradecer al personal sanitario el enorme esfuerzo que están realizando para sanarnos como equipo. Estamos en sus manos, y les damos las gracias con nuestras manos. Como decía Eduardo Galeano, “tenemos las manos vacías, pero las manos son nuestras”.