sábado, 26 de febrero de 2011

Revolución

Yet, Freedom! Yet thy banner, torn, but flying,
streams like the thunderstorm against the wind.
Lord Byron.


Las palabras, especialmente algunas palabras, se gastan con el uso. Hay quienes se empeñan en pervertirlas, malearlas, corromperlas, alquilarlas, torcerlas, sobornarlas incluso; todo ello con tal de devolverlas ya vacías de contenido, listas para el desguace. Enormes palabras gritadas al cielo, duras palabras transformadas en sangre, tristes palabras repletas de dignidad, gozosas palabras de celebración se han ido convirtiendo en vocablos de usar y tirar, en remedo de sí mismas, en instrumentos de confusión dirigida a dejarnos sin palabras.

Por fortuna, aún hay gente en Alejandría, en Tobruk, en los alrededores de la antigua Cartago, en Trípoli, en El Cairo que recuerda el viejo significado de una de esas palabras cargadas de futuro. Adivinen cuál.

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miércoles, 9 de febrero de 2011

Músicos

En los últimos meses me he venido rodeando de músicos y demás fauna a ellos adosada, a saber: fans, groupies, music victims, familiares y amigos, malasañeros, cascoantigüeros, modernos, posmodernos, cervatillas, exnovias de, pretendientes de, y cronistas en apuros (este última categoría malamente representada por el abajo firmante). La lista de conciertos –dígase “bolos” si pretende usted pasar por entendido– a los que he asistido asusta, y no sólo por su eclecticismo de dudoso gusto. Veamos, en riguroso orden cronológico desde el pasado verano: JF Sebastian, AC/DC, Joaquín Sabina, Mark Knopfler (en efecto, soy un carroza o, en decir más a la moda, un viejuno), Havalina, The Flow, Cabriolets, Incarnations (ahora me estoy poniendo moderno por momentos), Siniestro Total, Loquillo, Havalina & Maika Makovski, Love Division, Afroblue. Todo ello aderezado con un par de DJ sessions en Siroco con los inefables Havalina Men a los mandos, otra de tecno tóxico-industrial, y una noche cincuentera a cargo de Santi Campos (también conocido como Campi Santos). Confieso que a la mayoría de tales eventos no he ido yo solito (se requeriría demasiada fuerza de voluntad para eso), sino que me he dejado llevar, como es natural.

Este ejercicio sostenido de nocturnidad le ha servido al cronista en apuros para constatar lo que, probablemente, ya sabía: el TREME-ndo magnetismo que ejercen los escenarios, las guitarras, las cabelleras despeinadas (suspiro) y los desgarros de ron sobre el público. Nada hay que lo iguale. Ya puede uno vivir decididamente en un libro de poemas, citarse en las elegantes profundidades de la filmoteca, o esmerarse en la dedicatoria de su novela más prolija, que ese arte tan vulgar que consiste en tocar la guitarra (dicho sea desde el cariño) arrasa con todo. Y ahora voy a ponerme serio o, más bien, analítico: un buen libro también puede atrapar y seducir al lector, pero éste apenas se detiene a imaginar a su autor, si es que le importa; el cine es emocionante, desde luego, pero sus intérpretes resultan inalcanzables, no hay nada al otro lado de la pantalla; y el teatro, bueno, en el teatro tenemos a mano a los actores, aunque distanciados por la propia representación (¿acaso son ellos mismos?) y sus artificios.

Sólo la música –la música en directo– conjuga la inmediatez y el deseo, nos ofrece al artista desnudo ante sus seguidores (es un decir, o tal vez no) en un ambiente (oscuridad, cervezas, copazos, ya no tabaco) propicio para la comunión de los cuerpos. El crescendo de la multitud enfervorizada y sudorosa, coreando los temas en una suerte de ceremonia cuasi mística hace el resto. Desde el estadio olímpico de Sevilla al minúsculo Fotomatón, las dimensiones del recinto no importan, como tampoco el tamaño de la celebridad del grupo en cuestión y de sus miembros (del grupo), ya sea mucha o poca siempre traerán consigo alguna adoratriz dispuesta a seguirles hasta el infinito y más allá. Luego, los músicos y sus adosados forman por supuesto un particular contubernio lleno de complicidades y antojos, no exento de generosidad: en Madrid (no digamos en el infausto Casco Antiguo pacense) todos se conocen, van a los mismos garitos, se buscan aun a riesgo de encontrarse, rápidamente te invitan a subir su desbocado tren de la fiesta. No digo que haya más o menos camaradería que entre los escritores, pero desde luego éstos me parecen más callados, menos ufanos, más solitarios, menos procaces. Y en todo caso, no arrastramos ni la mitad de su fama.

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