Si hace dos años decíamos que este loco se iba con otra loca
y que eso suponía dejar atrás una ciudad-mito y unos amigos que tal vez no
resistirían el paso del tiempo, corresponde ahora hacer balance y congratularse
de que ese balance sea muy positivo: es siempre un placer el reencuentro, con
la ciudad y con los amigos. No diré sus nombres porque ellos ya saben quiénes
son, pero sí daré los de la ruta que hacemos juntos: ellos me acompañan a
intervalos, se suman a la feliz corriente de la ociosidad y vuelven a verse,
conmigo como excusa.
Empezamos por el cine (los Renoir, la Filmoteca, el Círculo de Bellas Artes), donde Philip Seymour Hoffman es El hombre más buscado y uno no se cansa de decirle adiós y agradecerle la enormidad de su talento. Seguimos por los cafés (el terroso Terral, el céntrico Central, la deliciosa cafetería del Museo del Romanticismo) que invitan a leer y a conversar y a emborronar cuadernos.
Empezamos por el cine (los Renoir, la Filmoteca, el Círculo de Bellas Artes), donde Philip Seymour Hoffman es El hombre más buscado y uno no se cansa de decirle adiós y agradecerle la enormidad de su talento. Seguimos por los cafés (el terroso Terral, el céntrico Central, la deliciosa cafetería del Museo del Romanticismo) que invitan a leer y a conversar y a emborronar cuadernos.
Vayamos luego de librerías (La Central de Callao, La Buena
Vida, Alberti, Mujeres, Ocho y Medio, Méndez, el Pequeño Museo del Escritor) y
hagamos que el tiempo se detenga en Padis, encrucijada lúdica que conduce a
Erebor, a Desembarco del Rey, a Rokugan.
Acabemos nuestro viaje sentimental en los parques, durante el ocaso: si no hay tiempo para ir al Buen Retiro lo habrá para evocar los Jardines de Sabatini, o para pasear junto al Templo de Debod con las mariposas pugnando por revolotear dentro de los sueños que no pueden cumplirse.
El cielo de Madrid está a ras de suelo, la ciudad y los amigos se quedan pero también se llevan dentro, atrás dejamos las aventuras en busca de gloria y fortuna, siempre nos quedará el Massey Hall.
Acabemos nuestro viaje sentimental en los parques, durante el ocaso: si no hay tiempo para ir al Buen Retiro lo habrá para evocar los Jardines de Sabatini, o para pasear junto al Templo de Debod con las mariposas pugnando por revolotear dentro de los sueños que no pueden cumplirse.
El cielo de Madrid está a ras de suelo, la ciudad y los amigos se quedan pero también se llevan dentro, atrás dejamos las aventuras en busca de gloria y fortuna, siempre nos quedará el Massey Hall.
Supongo que siempre queda algo de Madrid dentro de nosotros que nos hace volver de cuando en cuando.
ResponderEliminarEs un placer leerte de nuevo, Agustín. ¡Que no vuelvan a pasar cuatro meses hasta tu próxima entrada, por favor! ;-)
¡Muchas gracias! Con comentarios así es mucho más fácil sacar tiempo y ánimos para mantener el blog ;)
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