De enero a enero, un año ha transcurrido desde que la editorial Grupo Ajec manifestara su interés por publicar mi segunda novela, La última sombra, justo unos días antes de que una llamada telefónica me sacara del ensimismamiento propio de mi fantasmal trabajo en la Residencia de Estudiantes para comunicarme que era finalista del Premio Minotauro. No hubo premio final, ni sigo ya entre los ilustres muros de la Residencia, pero el inminente estreno de La última sombra para el próximo 20 de febrero sabe a victoria y sobre todo a ilusión recuperada.
Tocará de nuevo salir a la calle y a las librerías; vestirse de escritor como quien se pone el traje de faena o el uniforme de su verdadero oficio; armarse de palabras para trasladar al público las mejores intenciones, con la sensación última de que son los propios libros quienes mejor hablan de sí mismos; firmar ejemplares a viejos y nuevos lectores que le confieren a uno el poder de trasladarse al otro lado de la literatura; sentirse vivo, en suma. Tan vivo como mis personajes, esos personajes que me miran desde las páginas de La última sombra con una mezcla de satisfacción y temprana melancolía, porque saben que su tiempo pasará pronto y me demandan otra historia, más cuentos, más palabras.
Con la publicación de cada libro me siento arropado, querido por esos amigos que me alientan en la tarea de escribir; compruebo con entusiasmo que algunos se involucran hasta el punto de ponerse a dibujar, corregir o editar este booktrailer. Descubro que se puede poner en marcha un pequeño equipo de colaboradores, como si por una vez la literatura se asemejara al cine o a la música y no fuera un esfuerzo solitario. Ha pasado un año y este escritor comienza a salir de su laberinto: lo hace acompañado de una novela y también de algo más, de alguien más que le sirve de espejo, el eco de una voz que habla de amor y de acercanza. Un año difícil, extraño, lleno de sinsabores y medias tintas, pero que es feliz si culmina con una buena historia que contar.
__