Tras el provechoso periplo de este verano por tierras oxonienses (que algunos de vosotros, amables lectores, habréis seguido a través de El salto inglés), volvimos a casa con la inquietante sensación de añorar otra vida que acaso pudimos tener, una auténtica vida de universitarios en una ciudad como Oxford consagrada a la enseñanza, donde nuestro querido y añorado Conciliábulo fuera la norma y no la excepción, donde nuestro exacerbado dilentantismo fuera el complemento de una amplia formación intelectual (y no al contrario).
Meses más tarde, gracias a un proverbial golpe de suerte, me encuentro trabajando para la Residencia de Estudiantes, que en su etapa histórica de 1910 a 1936 funcionó precisamente como pionero college universitario en Madrid. Su director, Alberto Jiménez Fraud, había pasado una temporada en Oxford, motivo por el cual fue escogido por Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza, para encabezar el novísimo proyecto pedagógico que representaba la Residencia. Un proyecto que ponía el acento sobre la formación integral de los estudiantes en base a un sistema de tutorías a semejanza de los colleges anglosajones. Nada que ver con la educación tradicional imperante, donde “el libro de texto mediocre y el entrenamiento memorista eran los males menores” (Jiménez Fraud, Historia de la Universidad española).
Pronto la Residencia, más allá de su función principal como centro educativo, se convirtió en el núcleo de la actividad cultural madrileña. Allí acudieron como invitados personalidades de la talla de Einstein, H.G. Wells, Chesterton, Howard Carter, Marie Curie, Keynes, Strawinsky, Ravel o Paul Valery. Allí impartían clase Unamuno y Ortega a alumnos como Buñuel, Lorca, Dalí o Severo Ochoa. Juan Ramón Jiménez hacía las veces de ilustre jardinero, diseñando los jardines muy a la inglesa; Buñuel fundó la extravagante, caballeresca y borrachina Orden de Toledo, de la cual se nombró a sí mismo condestable, en un ejemplo de la “holganza ilustrada” (ahora diríamos diletantismo) que el propio Jiménez Fraud recomendaba practicar: “entrégate a un ocio inteligente, y si hay algún valor dentro de ti, crecerá y será lo único que podrá procurarte satisfacción y permitirte hacer alguna obra fecunda en lo futuro” (op.cit.).
Ya sabemos que la sublevación militar de 1936 dio al traste con este y otros muchos esfuerzos por renovar España. La muerte, la cárcel o el exilio dispersaron a la que fuera la más fértil cosecha de españoles en varios siglos. Jiménez Fraud encontró acomodo en Oxford, concretamente en el New College, donde fue lecturer hasta su jubilación en 1953. Puedo imaginar al director de la Residencia de Estudiantes con el alma dividida en Oxford, dedicado de nuevo a la docencia en el lugar que había inspirado su trayectoria profesional, partido en dos por el fatal truncamiento de su Residencia y de su país. Puedo imaginar también (la imaginación es libre) que acaso coincidiera en alguna ocasión con Tolkien, Lewis y el resto de los Inklings, ese círculo de tertulianos que ejercían una vez en semana la holganza ilustrada en el pub The Eagle and Child. Lo que es seguro es que Jiménez Fraud recibió en Oxford la visita de Jaime Gil de Biedma, joven entonces aunque no volviera a serlo, heredero de la generación del 27, glosador de la mejor camaradería en su poema Amistad a lo largo.
De manera que aquí me encuentro, tras haber recorrido el camino a la inversa y un tanto azarosamente, en el Centro de Documentación de la Residencia de Estudiantes. Rodeado por los libros que pertenecieron a Luis Cernuda, en alguna parte la correspondencia de diversos ministros de la República, en todas la colección de publicaciones editadas por la propia Residencia con las Poesías completas de Antonio Machado a la cabeza. Sospecho que cada mañana paso bajo la habitación en la que Buñuel y sus caballeros de Toledo escuchaban jazz mientras bebían grogs al ron; o tal vez sea la de Lorca, y le supongo calculando dónde situar el cuadro de Dalí que luego iluminaría su cuarto en Granada.
En estas fechas celebramos el centenario de la institución (1910-2010), a propósito del cual se ha colocado una instalación sonora a la entrada del recinto, siguiendo el curso del riachuelo que regaba los jardines de Juan Ramón Jiménez. Se trata de un montaje a partir de grabaciones de antiguos residentes y colaboradores: la inconfundible voz de Rafael Alberti surge de entre los arbustos, saludando al recién llegado que se siente, inevitablemente, trasladado hacia atrás en el tiempo. En ciertas ocasiones me parece sentir el frío y la soledad espectral de Oxford, esa ciudad anclada en la historia, y me pregunto si el viento traerá consigo el espíritu errante de Alberto Jiménez Fraud que viene a supervisar cómo va todo en su casa, en la Residencia.
Gracias, amigo y compañero de viaje.
ResponderEliminarPrecisamente desde el día 1 (curiosa coincidencia) estoy catalogando la biblioteca personal de Jiménez Fraud y su familia.
Aquí nos vemos, esta misma tarde tan invernal.