lunes, 4 de abril de 2011

El buzón (Bestiario, I)

Buzón: Criatura mitológica. Montura alada del divino Hermes, mensajero de los dioses.
Su piel, de un amarillo intenso, estaba recubierta de escamas de oro.
Poseía una enorme boca con la que devoraba, sin masticar, a sus presas.


Siempre viste un toque de misterio en todo ello: introducías, ufano, tu carta por la ranura del buzón, como se introduce la llave en un baúl lleno de sorpresas o en una puerta hacia lugares todavía por explorar. De niño, te tentaba esperar apostado en una esquina, al acecho del cartero que tarde o temprano tendría que pasar por allí. Querías ver con tus propios ojos la realización del hechizo: que ese mago del que tus padres te hablaban realmente existía, y que era capaz de transformar el buzón en un dragón y volar raudo para repartir su contenido.

Finalmente algún amigo terminaba por tirarte de la manga, obligándote a seguir camino de casa, de la escuela o del juego. Entonces divagabas unos segundos más acerca del destino de la carta: si acaso se perdería, si no corría el riesgo de quedar abrasada bajo el aliento del dragón, si llegaría demasiado tarde, si tu compañera de clase optaría por responderte o por ignorarla como te ignoraba con su mirada altiva durante el recreo. No hubieras podido expresarlo así, pero sabías muy bien que en aquella carta iba un pedazo de tus sueños, que en cada una de sus líneas se dibujaba el anhelo de ser correspondido.

Ahora te vuelves loco para encontrar un buzón, un simple buzón en esta ciudad tan grande y tan pequeña al mismo tiempo. Crees recordar que en esa avenida había uno que ya no está, o era bajando hacia el centro comercial, no hay forma de estar seguro. El correo postal está en crisis, por no decir en extinción: dar con un buzón sería el equivalente de descubrir el esqueleto de un ogro, quizá aún más difícil, puesto que los ogros existieron alguna vez en tu imaginación.

Silvia contestó a tu primera carta, y a la siguiente, y también a las otras. Su condescendencia se transformó en interés, las miradas en palabras, y algunos besos. Luego os hicisteis amigos. Del colegio la amistad pasó al instituto, en la universidad quisiste que se enamorase de ti pero ella desapareció, o desapareciste tú, o fue la realidad la que os hizo desaparecer a ambos como un mago o un brujo cuyos trucos ya resultan arteros.

Hace unos meses volviste a verla. Más bien viste su foto, su foto y su nombre en una red social. Os comenzasteis a cartear de nuevo; pero eran mensajes electrónicos, fríos, sin más contenido que una sucesión desigual de unos y de ceros. Justo ayer recordaste que aquellas viejas cartas de la infancia nunca se tiraron, estuvieron siempre guardadas en un baúl como el que imaginabas abrir al meter precisamente aquellas viejas cartas de la infancia en el buzón. Has ido a casa de tus padres sólo para comprobarlo. No tienes la menor idea de si Silvia también las conserva en otro baúl, en un cajón de su mesilla de adolescente, o en el desván abandonado de su memoria adulta. Es un juego, por qué no invitarla a tomar parte en él.

Abres la ranura del buzón, el único puñetero buzón que has logrado encontrar después de llevar horas dando vueltas con el coche, hastiado de la gran pequeña ciudad, y te preguntas si acaso Silvia entenderá las reglas del juego. Si se iluminará su cara al volver a tener en las manos la primera carta que hace tantos años te envió, y acertará a corresponderte con tu primera carta, que en realidad es anterior a la suya, y si todo volverá a empezar de la misma manera que cuando eras un niño pedías que te contaran las historias una vez y otra y otra para escucharlas de nuevo, desde el principio.


Ilustración de Paula Orejudo
 
Relato publicado en El vuelo de la palabra (Ayuntamiento de Badajoz, 2013)
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6 comentarios:

  1. Me encanta. Es de esa literatura que amplía las posibilidades de lo real, a partir de un comportamiento insólito (pero perfectamente posible, al alcance para todos nosotros, si sólo recuperáramos un poco de generosidad hacia los demás y hacia nosotros mismos). Es una mirada al niño que aún, pese crecer y a todo el vapuleo de lo real que ello conlleva, quiere seguir jugando. Felicidades.

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  2. Magnífica entrada. Me ha puesto los pelos de punta. No he podido evitar recordar las bellísimas cartas que me enviaba una buena amiga de la adolescencia -la primera chica a la que besé- y que en algún momento decidí destruir. Esas cartas son irrecuperables, pero tu texto me ha hecho rememorar aquellas sensaciones perdidas.

    Me has alegrado la mañana. Te debo una.

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  3. Este relato me recuerda a un cierto impulso común a todos nosotros en nuestros inicios literarios, el de "ampliar las posibilidades de lo real", muy al estilo de algunos autores que sobre todo yo leía por entonces (muy especialmente Félix J.Palma). Vale, sé que me repito, pero me parece importante recalcarlo. Esa generosidad de miras, creo, es especialmente necesaria en estos días en que tantas cosas se nos han caido, y hemos empezado a descreer por sistema de todo. Creo que a día de hoy es más digno de elogio escribir aún relatos así, siquiera con ese punto de encabronamiento que se lee entre líneas. El valor de este relato, más allá del meramente literario, es enorme. Para nuestra generación ;-)

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  4. Encantado de suscitar tan hermoso recuerdo, Javi, y tales alabanzas, Julio.

    La culpa (si es que la hay) debe buscarse en la musa que me tiene altamente vampirizado de un tiempo a esta parte. Es insaciable...

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