lunes, 8 de agosto de 2011

Anna Molly



Ya no lo soporta más. Su mirada gira en torno al ático como un huracán, buscando algo que merezca la pena, un asidero al que aferrarse, nada. Si huyera ahora no tendría necesidad de llevarse ninguna de las cosas que hay en la estancia. Pero no es huir lo que quiere. No está muerto lo que yace eternamente, y con el paso de los evos aun la muerte puede morir. Boyd volverá de un momento a otro. La colmará de abrazos, susurrará su nombre prohibido con esa voz afilada tan característica en él, se empeñará en que hagan el amor junto a la ventana, desnudará su guitarra y tocará una canción para ella, tal vez dos. 

Luego compartirán una botella de bourbon, y ella saboreará agradecida la corrosión del líquido que atraviesa su garganta. Entonces Boyd, como siempre, pedirá a Anna que se lo lleve, que le regale la maldición de la sangre, que acabe con él. No está muerto lo que yace eternamente, y con el paso de los evos aun la muerte puede morir. Pero Anna se negará, una vez más. No permitirá que una desgracia de siglos caiga sobre Boyd, de nada sirve compartir destino si el destino es insoportable. 

Su mirada vuelve a girar en torno a la estancia, ahora con la parsimonia de un tigre que apenas aguarda el momento oportuno para lanzarse sobre su víctima. Los ojos voraces se detienen en la chimenea, donde arde todavía un rescoldo de la noche anterior. Anna sonríe al fin, y es una sonrisa cargada de resignación.

Ya no hay nada que hacer. El humo invade sus pulmones, la cabeza le da vueltas y el ático parece ahora un torbellino de caos y de sombras. Anna cae al suelo, inerte, y las llamas comienzan a rodearla, acercándose más y más en un aquelarre que sólo terminará cuando todo acabe. La muerte se extiende y va tomando posesión de un nuevo cuerpo, un cuerpo que se ha resistido a su dominio durante demasiado tiempo. El fuego purifica, asará su carne y buscará sus huesos. El fuego es capaz de quemar la sangre, de conjurar la maldición para siempre. Apenas han de pasar unos minutos entre su desmayo y el banquete ávido de las llamas. Anna yace tirada en el ático, su cuerpo se retuerce cuando una primera lengua de fuego lame la piel tan pálida, tan blanca pero ahora roja. No está muerto lo que yace eternamente, y con el paso de los evos aun la muerte puede morir. El dolor la obliga a abrir los ojos, pero acto seguido aprieta los dientes, y se deja hacer sin un solo grito. La muerte se enseñorea con su presa, largamente demorada. Acerca su guadaña para alejarla luego, jugueteando; busca arrancar al menos un gemido, antes de penetrar definitivamente en ella. Entonces Anna percibe una breve ráfaga de viento, inesperada, inoportuna. Boyd, piensa con un último rescoldo de conciencia, Boyd...

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2 comentarios:

  1. ¿Algo escrito a cuatro manos, quizá? Ese Boyd me recuerda a un tal Brandon... ;-)

    (La canción es mi favorita de Incubus)

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  2. Efectivamente y no: está escrito a dos manos tan solo, las otras dos parecen haber desertado.

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