viernes, 18 de junio de 2021

Green Book: el racismo se cura viajando

 

Un buen amigo me recomendó ver Green Book, película de 2018 que me había pasado desapercibida, y no solo me ha encantado sino que me sirve de excusa para volver a escribir sobre ese territorio de ensueño que es el cine. Ya imaginaba de qué podía tratar esta película porque en la serie Lovecraft Country uno de los protagonistas se dedica justamente a elaborar la guía de viajes que da título al film. El Libro verde del automovilista negro se publicó cada año de 1936 a 1966 bajo el lema “vacation without aggravation” (que podríamos traducir, conservando la rima, como “vacaciones sin vejaciones”) para que los viajeros afroamericanos sortearan, en la medida de lo posible, las constantes humillaciones prodigadas por el racismo imperante en su país: equivocarse de hotel o restaurante, o circular por determinados lugares tras el anochecer podía suponer encarcelamiento, palizas o incluso la muerte.

Aunque no quería detenerme apenas en Lovecraft Country, añadiré que la serie sirve de poderoso contraste con la película Green Book: la primera toma como trasfondo el terror sobrenatural ideado hace un siglo por el escritor H.P. Lovecraft, cuyo racismo era precisamente la fuente de buena parte de los horrores que reflejaba en su obra literaria. Y en una suerte de venganza artística, Lovecraft Country presenta a un grupo de protagonistas de raza negra que se enfrentarán con bravura y notables dosis de humor tanto a las monstruosidades lovecraftianas como al mayor de los peligros, la segregación racial. Con mucha violencia, sangre y vísceras, esta serie expone el racismo estructural de Estados Unidos en toda su crudeza, y no es posible verla como un triste episodio del pasado, cuando tenemos reciente en la memoria el brutal asesinato de George Floyd a manos de un policía, por citar solo un caso.

Green Book es, por el contrario, una película dura pero amable que se centra en la amistad entre un virtuoso pianista negro (Mahershala Ali) y su chófer italoamericano (Viggo Mortensen) durante una gira del primero por los estados del Sur profundo, donde el racismo es tradición sagrada. Que el argumento esté inspirado en un viaje real hace que la historia sea aún más conmovedora, y la dirección de Peter Farrelly sabe sacar todo su jugo a la desbordante actuación de Mortensen (que en esta película más parece el grasiento Cebadilla Mantecona que el regio Aragorn) y a las refinadas réplicas de Ali. Hay además en Green Book un interesante contrapunto entre raza y clase: antes de que su amistad los vaya transformando en personas decentes, el músico es tan clasista como su chófer racista, y las situaciones que ambos atraviesan durante el viaje ponen a cada uno en la piel del otro, nunca mejor dicho.

Encontramos en Green Book varias escenas memorables que no conviene adelantar aquí, y un cierto regusto al Hollywood más convencional, cena navideña incluida. Pero, frente a la descarnada posmodernidad de ficciones como Lovecraft Country, estas concesiones moralizantes no lastran la película, al contrario: si algo nos enseña Green Book es que, más allá de nuestros estúpidos prejuicios, podemos ser mejores. Basta con sacar la cabeza del culo, por decirlo a la tosca manera del Bronx, mirar a nuestro alrededor y comprobar que no estamos solos, y que vamos en el mismo barco. O en el mismo Cadillac, escuchando a Little Richard, camino de la puesta de sol.


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