domingo, 12 de agosto de 2012

Horror en el hipermercado


Llevo ya varios días discutiendo con mis amistades más cercanas sobre las protestas ante la crisis, su posible eficacia y, sobre todo, su dudosa viabilidad para transformar el orden establecido. Digo dudosa porque, por mucho que el descontento y las movilizaciones continúen (de la misma manera que continuarán los recortes y el desahucio general de la clase media), no veo la forma en que puedan alcanzar su objetivo. Incluso aunque se doten de un programa perfectamente expuesto como el ofrecido por Julio Anguita en su iniciativa llamada Frente Cívico.

Y en estas aparecen en portada los insurgentes del Sindicato Andaluz de Trabajadores capitaneados por el Comandante Gordillo, y van los tíos y asaltan dos supermercados, reparten el botín entre los pobres, y no contentos ocupan también una finca militar para reivindicar aquel viejo lema de “la tierra para quien la trabaja”. Acciones que se consideraban propias de tiempos muy lejanos, casi medievales si tenemos en cuenta que se sustentan en el espíritu propio de Robin Hood (un mito al que en los últimos años se la ha dado la vuelta, y hasta nos hemos acostumbrado a ver cómo roban a los pobres para dárselo a los ricos). Rápidamente, como era de esperar, políticos de una y otra ralea se han apresurado a condenar estas formas de protesta, que justo han servido para demostrar lo poco que les importa que se robe cuando son ellos los ladrones o los cómplices del latrocinio. ¡Horror!, han gritado como si fueran Alaska y Los Pegamoides, pero no se horrorizan con las terroríficas reformas que nos empobrecen a marchas forzadas, ni tampoco con la certeza de que este país llamado España ha perdido su soberanía de facto.

Debo decir que el Comandante Gordillo y sus secuaces tienen mi simpatía, aunque sólo sea porque me recuerdan una escena de mi primera novela, Guerra ha de haber, donde la protagonista participa en el asalto a un hipermercado por parte de un grupo okupa. Quién me lo iba a decir. Pero más allá de coincidencias de orden literario, este asunto pone en evidencia que las respuestas a la crisis han de ser propias de otro tiempo (el tiempo de la “lucha de clases”, ese término que habíamos desterrado de nuestro vocabulario), porque la misma crisis nos conduce a otro tiempo de penurias que creíamos ampliamente superado. Se dan además diversas paradojas, como que tengan que pagar las clases populares los obscenos excesos de los dueños del capital que han desatado la crisis, mientras éstos siguen siendo tan fabulosamente ricos como antes; o que la contestación social a lo que está ocurriendo (para ser efectiva y generar cambios tangibles) no tenga más remedio que canalizarse a través del mismo sistema político que ha vendido nuestro futuro a los poderosos.

Hace algo más de un año descubrí aquí una genial frase o lema de Eduardo Galeano: “Tenemos las manos vacías, pero las manos son nuestras”. Están vacías porque nos han quitado lo que había en ellas, sobra añadir. Quizá debamos usar las manos para algo más que el hermoso gesto de levantarlas y formar el aplauso silencioso que el 15M contagió por todo el mundo; quizá tengamos que usarlas para robar a quienes nos roban o, llegado el caso, para defender nuestra vida de aquellos que tratan de arrebatárnosla.

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3 comentarios:

  1. Brillante, compañero. Preciso y con el punto justo de indignación y audacia. La verdad es que despiertas en mí atisbos de aquel que quise ser años ha... Qué pena que, en mi caso, hubiera más de estética y de jugueteo con identidades que de auténtico compromiso.
    Mi enhorabuena (y mi simpatía), en cualquier caso.

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  2. El tema que tratas es peliagudo.

    Justificar el uso de la violencia, por mínimo y legítimo que sea, o seguir apostando por formas “democráticas” para solucionar este tremendo embrollo.

    Creo que es un buen momento para repasar la historia del siglo XX con madurez y sin romanticismos de ningún cuño. Aunque haya una parte de nosotros que simpatiza irremediablemente con este Robin Hood andalusí, su acción siembra un precedente muy serio.

    La pregunta es: ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a defender los valores en los que se sustenta nuestra “civilización” de forma pacífica y a partir de qué otro vale echarse al monte?

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  3. Estoy de acuerdo en que ese debate es necesario. El problema es que mientras debatimos nos siguen recortando derechos y más derechos... y la contraparte no parece muy preocupada por debatir previamente las medidas que toma.

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