Para entender la pérdida, hay que comprender que el profesor metido a vicepresidente era un arquetipo. Como Neo en Matrix, como Robin Williams en El Club de los Poetas Muertos,
Pablo Iglesias estaba ahí para conseguir que nos subiéramos a la mesa,
para invitarnos a sobrevolar la angustiosa realidad con ánimo de
transformarla. Por desgracia, fuera de la ficción es imposible esquivar las balas, y en Madrid, la mayoría del alumnado prefiere irse de cañas
en vez de recitar a Walt Whitman.
Su sacrificio ha sido innecesario y a mayor gloria de las Máquinas, un error de guión como para mi gusto lo fue el final de Matrix.
No obstante, creo que Pablo Iglesias se va dejando un eco de
indignación aplazada, y en el aire un testigo que debemos recoger para
que el trumpismo patrio no nos aplaste, valga el juego de palabras.
Hablando
de héroes caídos y arquetipos, es obligado recurrir a mi querido
Tolkien: "De las cenizas subirá un fuego / y una luz asomará en las
sombras". Mientras su impronta permanece en el Consejo de Ministros, las
de abajo seguiremos trabajando por el bien común, cada una en la medida
de sus posibilidades; y memorizaremos unos versos más,
aquellos que comienzan diciendo "¡Oh capitán! ¡Mi capitán!"
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