jueves, 7 de junio de 2012

No vuelva a hacerlo



Lo he contado tantas veces en tertulias y conciliábulos que ya casi parece inventado. Como si a base de narrarlo se pudiera convertir en ficción, al contrario de tanta mentira mediática y política que se empeñan en transformar en verdad a fuerza de repetirla. Ray Bradbury, en algún momento de su larga existencia de 91 años, caminaba distraído por las afueras de Los Ángeles (una ciudad en la que prácticamente todo son afueras, y para mantener algún contacto con la gente se necesita chocar contra ella, como bien muestra el largometraje Crash) sin mayor propósito que el sencillo y raro placer de pasear. Acto tan sospechoso hizo que terminara siendo abordado por la policía; y se produjo el siguiente diálogo, digno de cualquiera de sus cuentos o, más aún, de las ficciones lisérgicas de Philip K. Dick:
-¿Qué está haciendo?
-Pasear. Solamente paseaba.
-Está bien… pero no vuelva a hacerlo.

Ray Bradbury, además de protagonizar anécdotas tan absurdas como representativas del desquiciamiento de nuestra sociedad, escribió cuentos, muchísimos cuentos, y una novela, Fahrenheit 451, que forma parte del imaginario de la cultura popular, a la manera de los mitos. En el futuro distópico que describe los libros están prohibidos, los ciudadanos se delatan unos a otros, y los bomberos se dedican a aplicar a los pocos libros que quedan la temperatura del título. Es decir, a quemarlos. Pero los libros perviven, a pesar de todo, porque el hombre no puede existir sin ellos. Y no diré más para preservar la sorpresa a quien no haya leído Fahrenheit 451, ni visto la versión cinematográfica de François Truffaut. Sí añadiré la cita que da inicio al libro: “Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado”. Es de Juan Ramón Jiménez.

Cuando, hace más de una década, el autor de este blog se moceaba con las letras, Ray Bradbury representaba el más puro sentido de la maravilla y del descubrimiento: me recuerdo devorando las páginas de Crónicas marcianas, acaso el mejor libro de cuentos de ciencia-ficción jamás escrito; asombrándome ante las peripecias de El hombre ilustrado, ilustrado en sentido literal; o recreando la magia del amor por correspondencia en aquel encantador relato de Conduciendo a ciegas. Alguna vez he contado también, en las presentaciones de mis propios libros, que Bradbury en su colección de ensayos Zen en el arte de escribir, toda una celebración de la literatura, se vanagloria de escribir “hasta que la historia me alcance”. Pero sobre todo rememoro los orígenes de ese club de letraheridos extremados y extremeños en el que di mis primeros pasos como escritor, y de los aquelarres orquestados en torno a autores señeros como Bradbury. Desde hace unas horas dicen de él que ha fallecido, pero yo no me lo creo. Estoy convencido de que, simplemente, ha regresado a Marte.

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