domingo, 11 de noviembre de 2012

Animal de primavera


Sostiene un amigo que hay dos tipos de escritores: quienes escriben con mapa, cartógrafos de la narrativa que tienen muy claro los puntos de partida y de llegada, más los ríos y afluentes que se encontrarán por el camino, más los barcos que cruzan esas aguas, más las personas que navegan a bordo de tales barcos, más...; y quienes escriben con brújula, aventureros de las letras que saben a dónde quieren llegar pero dejan que el camino los sorprenda y los coloque frente a peligros con los que no contaban al comenzar su andadura, siempre que puedan orientarse de vuelta a la senda trazada gracias a las breves notas tomadas de antemano.

Este amigo también sostiene que yo no uso siquiera brújula; mapa tampoco, por descontado, tan caótico como soy en mis avatares literarios. Es posible, aunque prefiero decirme que soy de la estirpe de los aventureros, lo que ocurre es que a veces me dejo la brújula olvidada en el camarote. Tiene sus ventajas, no se crean: hace poco otro amigo me proporcionó una excelsa idea en cuyo desarrollo ando enfrascado con la escasa voluntad cartográfica que me caracteriza. Así que ando a la búsqueda de inspiración, incorporando retazos de historias, dejándome llevar por elementos tomados de aquí y de allá, como una especie de entomólogo armado con su proverbial cazamariposas.

Con frecuencia, buena parte del disfrute de la escritura se alcanza al comprobar cómo unas piezas encajan con otras aparentemente dispersas. Estoy inmerso en un relato cuya brújula se limita a señalar que requiere de un personaje anciano, concretamente una mujer que se hubiera dedicado, entre otras cosas, a la poesía. En esto me viene a la memoria la figura de Solita Salinas, sobre cuyo archivo personal y el de su marido, Juan Marichal, trabajé en la Residencia de Estudiantes. Solita, además de hija del insigne Pedro Salinas, fue profesora de Literatura en Estados Unidos, especialista en la generación del 27, y escribía poemas que nunca quiso publicar. De repente todo encaja: dejarme inspirar por este personaje histórico pone en marcha el mecanismo que completa el relato. Eureka.

No puedo contar mucho más, salvo que la cadena de hallazgos me ha llevado a un poema de la propia Solita, que pone un poco de añorada alegría en este gris y gélido mes de noviembre. Lo supongo inédito, espero no moleste a nadie que me tome la libertad de transcribirlo aquí:

ANIMAL DE PRIMAVERA
Y es en su piel
cargada de recuerdos,
que se esconde
el más fabuloso
de todos los seres de esta tierra.
Las escamas verdiazules
se combinan
con las plumas púrpuras.
Las manos
son de puma
y el aliento de garza.
Su mirada lleva dentro
la oscuridad de una laguna
profunda y en silencio.
Y tal vez sea por eso
que no tiene nombre,
y la gente al verlo pasar,
sólo lo llama:
animal de primavera.

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jueves, 25 de octubre de 2012

Combates de este tiempo


En menos de una semana he asistido a sendas conferencias de Julio Anguita y Carlos Taibo. Ambas en Badajoz, a pesar de que en esta ciudad supuestamente nunca pasa nada y por lo tanto no ocurre acontecimiento cultural alguno.

Anguita, explicándose
Antes de entrar en el fondo de sus intervenciones, hagamos un poco de arqueología sentimental, aprovechando la coincidencia en el espacio pacense de tan insignes oradores: a Anguita no lo veía desde que fui a un mitin suyo, también en Badajoz, supongo que a principios de los años 90, probablemente en el desaparecido cine Menacho. Entonces era coordinador general de Izquierda Unida, y el abajo firmante tan joven que no había votado nunca. Ahora, octubre de 2012, Julio lleva años retirado de la clase política, que no del combate político, y a un servidor  hace ya tiempo que se le quitaron las ganas de votar, aunque lo siga haciendo.

En cuanto a Carlos Taibo, tuve el buen gusto de invitarle en nombre del muy extinto Foro Social de Guadalajara, años 2004 y 2005, a impartir allí su magisterio, otra ciudad en la que tampoco sucede nada digno de mención. La primera vez acudió a presentar uno de sus muchos libros, la segunda a participar en un debate preelectoral sobre el referendo a la Constitución Europea (de aquellos polvos, estos recortes). Sin embargo, mi recuerdo más reciente del profesor Taibo data de mayo del año pasado, sí, aquel mes que alumbró el 15M y su inspiradora República de Sol. Precisamente fue Carlos Taibo quien, sin saberlo, dio carta de naturaleza al movimiento con su discurso al finalizar la manifestación del mismo 15 de mayo que devendría en acampada. No tuve la suerte de presenciar aquel discurso, pero sí de verlo en diferido gracias a este enlace y a quien generosamente me lo envió.

Taibo, en sede universitaria
De manera que, arqueología sentimental aparte, nos enfrentamos a dos intelectuales de renombre que coinciden en buena parte del análisis sobre la crisis actual (pero no es crisis, sino estafa), aunque sus trayectorias sean bien distintas. Anguita, habiendo dejado muy atrás su carrera como político profesional, sigue irreductible en la dialéctica de la que tantos se burlaban antaño, acusándolo casi de loco: sus peroratas anti-Maastricht (un tratado que impide a los Estados pedir dinero a sus bancos nacionales), sus llamamientos a cumplir con la Constitución (modificada, recordó, por el PPSOE en 2011 para obligarnos a pagar la deuda a los bancos alemanes) o a superarla por una republicana. Ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma, como diría Gil de Biedma: Anguita se ha convertido a su pesar en Casandra, condenada según el mito a profetizar el futuro y a que sus advertencias sean desoídas. Puesto que aquel futuro fatídico ya está aquí (y en su versión más nefanda), nos propone construir una alternativa alejada de la política profesional a través de su programa Frente Cívico-Somos Mayoría, y tomar medidas que pasan por nacionalizar los sectores estratégicos y salir del euro.

Carlos Taibo, profesor de Ciencias Políticas, es activo partícipe y analista del 15M, de la misma manera que durante la primera mitad de la pasada década lo fue del movimiento etiquetado como antiglobalización. Nos habla de un evidente proceso de desclasamiento de las clases medias; de la incapacidad (cuando no complicidad) de los políticos profesionales (especialmente los socialdemócratas) y de los sindicatos mayoritarios para hacer frente a la estafa (que no crisis); de las virtudes y los defectos del 15M, que debe escoger entre contestar la epidermis del sistema (pidiendo reformas como la de la ley electoral) o su núcleo (mediante la construcción de un espacio autónomo que pase por la autogestión y el antimercantilismo).

La conclusión de Anguita es que, más allá de grandes discursos, más allá de comunismo o de socialismo, bastaría con cumplir la Declaración Universal de Derechos Humanos, que prácticamente todos los países han firmado. La de Taibo, que ante el previsible agravamiento de la crisis estafa, todo conduce a un escenario de revuelta social. A mí me da que, en cierto modo, la revolución o sucede en Badajoz o no será.

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sábado, 15 de septiembre de 2012

La clase política como un alien



Andaba el abajo firmante, una vez más, a vueltas con la crisis y sus culpables, cuando se encontró con la siguiente afirmación en el texto de César Molinas publicado en El País bajo el título Una teoría de la clase política española: “Matt Taibbi, en su célebre artículo de 2009 en Rolling Stone sobre Goldman Sachs ‘La gran máquina americana de hacer burbujas’ comparaba al banco de inversión con un gran calamar vampiro abrazado a la cara de la humanidad que va creando una burbuja tras otra para succionar de ellas todo el dinero posible”. Rápidamente me saltó a la cara (valga la expresión) la imagen del horrible bicho que se pega al rostro de John Hurt en Alien, el octavo pasajero, con los monstruosos resultados que cualquier aficionado al cine conoce de sobra.

De manera que las instituciones financieras que provocaron la crisis, como Goldman Sachs, actúan como un alien o, por recurrir al término difundido por Acemoglu y Robinson en su libro Por qué fracasan las naciones, como “élites extractivas” que se caracterizan por “tener un sistema de captura de rentas que permite, sin crear riqueza nueva, detraer rentas de la mayoría de la población en beneficio propio”. Molinas aplica este concepto a la clase política española que, en efecto, ha creado o ayudado a crear diversas burbujas (la inmobiliaria, la de las Cajas de Ahorro, la de grandes infraestructuras inservibles como las autopistas radiales o los aeropuertos sin aviones) para succionar de ellas todo beneficio mientras, a cambio, desertizaba el país. O sea, que la clase política española (sobre todo el PPSOE y la maligna CiU) actúa como un grupo de presión que, en lugar de velar por el interés general de los ciudadanos, se mueve por sus propios intereses particulares. Exactamente de la misma manera que funcionan bancos y grandes empresas, sólo que estos últimos no dicen representarnos, ni llegan al poder mediante el voto popular, ni pretenden gobernar en pro del bien común.

Lo que César Molinas no dice, puesto que señala a la clase política como única responsable de la crisis, es que ese mismo funcionamiento de las élites extractivas es lo que desató la crisis en primera instancia. No hay más que recordar la enorme riqueza acumulada en los últimos años por inversores y directivos de ciertas compañías (Goldman Sachs, Leeman Brothers, Merryll Linch) que se dedican sistemáticamente a “succionar” la riqueza creada por otros y hundir países e incluso a sus propias compañías en el proceso. No es de extrañar que Molinas se olvide de tan pequeño detalle, puesto que fue durante siete años Director de Gestión de Merrill Lynch en Londres.

Volviendo al cine y sus engendros, la reciente y muy mejorable precuela de la saga Alien, titulada Prometheus, nos recuerda que de la evolución de uno o varios monstruos sólo puede esperarse un monstruo mayor y más letal. Si resulta que las naciones están fracasando por culpa de que las instituciones financieras se comportan como un alien, y para colmo los partidos políticos también actúan igual (succionando riqueza y dejando en el paro y en la miseria a millones de ciudadanos), estamos apañados. De la unión entre una economía vampírica y una clase política succionadora nacen monstruos perfectos, como Luis de Guindos, Director en España y Portugal de Leeman Brothers hasta su quiebra en 2008; y actual Ministro de Economía y Competitividad del Gobierno de España.

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martes, 28 de agosto de 2012

Shakespeare & Company

En mayor o menor medida, todos los lectores somos cazadores de libros. Sin llegar a arriesgar tanto en la empresa como Lucas Corso (aunque bien nos gustaría ganarnos la vida viajando en pos de libros prohibidos), disfrutamos a base de perseguir esta rareza o aquella edición descatalogada. Incluso cuando se trata de novedades, nos dejamos llevar por la ilusión de que tal libro deseaba ser encontrado, y si lo hemos visto en la estantería o en el escaparate es porque lo estábamos buscando aun sin saberlo y porque viene a nosotros en el momento preciso. Sospecho que muchas veces dejamos de adquirir libros que deberíamos leer por otros que no teníamos previsto comprar pero que despiertan un interés misterioso y telúrico.

En mayor o menor medida, todos los cazadores de libros somos también cazadores de librerías. De librerías entendidas como ese espacio único en el cual lo de menos es efectuar una transacción comercial, y lo de más sentirse como en casa, como en una biblioteca privada e ideal (y por tanto borgiana) donde uno puede disponer a su antojo de libros innumerables. A diferencia de una biblioteca pública, la librería nos permite la ficción pasajera de poseer todos los libros que contiene, aunque sólo sea mientras nos decidimos a llevarnos uno en concreto. Sobra añadir que no hablo de las librerías-supermercado que tanto proliferan, ni de su gélido equivalente electrónico; sino de esas escasas librerías que le invitan a uno a entrar, a perderse entre los pasillos, a hojear, a manosear, a fijarse en el resto de clientes como en personajes de una novela, a charlar con el librero como con un viejo amigo.

El cazador de librerías sabe que ha obtenido la pieza más valiosa de su colección cuando entra en la fabulosa Shakespeare & Company. Su valor no reside en el atractivo del local ni de su decoración: el primero parece que va a derrumbarse de un momento a otro, y la segunda obedece sobre todo a la caótica acumulación de recuerdos, carteles, mensajes y, por supuesto, libros y más libros. Shakespeare & Company es, por encima de cualquier otra consideración, una librería-refugio, una librería proyectada como lugar de encuentro donde se acoge al visitante... hasta el punto de regalarle un viejo ejemplar sólo por el hecho de interesarse por él, o de contar con una amplia sección de préstamo y consulta, una máquina de escribir a disposición de todo aquel que quiera usarla, y diversos espacios de lectura o simple descanso (alguno de estos últimos con inmejorables vistas sobre Notre-Dame).

Shakespeare & Company es asimismo una librería intemporal, en la que uno pone el pie y se siente trasladado a cualquier época del siglo veinte; no en vano es heredera de la librería que con el mismo nombre pero distinta ubicación abrió Sylvia Beach en 1919 y sirvió como primera editorial para el entonces prohibido Ulises de James Joyce. La actual Shakespeare & Company existe desde 1951, cuenta con la biblioteca personal de la propia Sylvia Beach, y es regentada por la hija de su fundador, George Whitman, un tipo de poético apellido que, a juzgar por la historia de su negocio, debió ejercer como progenitor de todo escritor y aspirante a escritor que pasara por allí.

Shakespeare & Company es, en definitiva, un oasis. Una isla de tranquilidad en medio del bullicioso mar de París. Un lugar donde el tiempo se detiene y parece no transcurrir, tal y como sucede en el bosque de Lothlórien de mi querido profesor Tolkien. El cazador de librerías, una vez ha regresado de su expedición, todavía transido por las emociones del viaje, se pregunta si será posible imaginar en su ciudad (acaso crear) una modesta, manejable, digna sucursal de Shakespeare & Company.

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domingo, 12 de agosto de 2012

Horror en el hipermercado


Llevo ya varios días discutiendo con mis amistades más cercanas sobre las protestas ante la crisis, su posible eficacia y, sobre todo, su dudosa viabilidad para transformar el orden establecido. Digo dudosa porque, por mucho que el descontento y las movilizaciones continúen (de la misma manera que continuarán los recortes y el desahucio general de la clase media), no veo la forma en que puedan alcanzar su objetivo. Incluso aunque se doten de un programa perfectamente expuesto como el ofrecido por Julio Anguita en su iniciativa llamada Frente Cívico.

Y en estas aparecen en portada los insurgentes del Sindicato Andaluz de Trabajadores capitaneados por el Comandante Gordillo, y van los tíos y asaltan dos supermercados, reparten el botín entre los pobres, y no contentos ocupan también una finca militar para reivindicar aquel viejo lema de “la tierra para quien la trabaja”. Acciones que se consideraban propias de tiempos muy lejanos, casi medievales si tenemos en cuenta que se sustentan en el espíritu propio de Robin Hood (un mito al que en los últimos años se la ha dado la vuelta, y hasta nos hemos acostumbrado a ver cómo roban a los pobres para dárselo a los ricos). Rápidamente, como era de esperar, políticos de una y otra ralea se han apresurado a condenar estas formas de protesta, que justo han servido para demostrar lo poco que les importa que se robe cuando son ellos los ladrones o los cómplices del latrocinio. ¡Horror!, han gritado como si fueran Alaska y Los Pegamoides, pero no se horrorizan con las terroríficas reformas que nos empobrecen a marchas forzadas, ni tampoco con la certeza de que este país llamado España ha perdido su soberanía de facto.

Debo decir que el Comandante Gordillo y sus secuaces tienen mi simpatía, aunque sólo sea porque me recuerdan una escena de mi primera novela, Guerra ha de haber, donde la protagonista participa en el asalto a un hipermercado por parte de un grupo okupa. Quién me lo iba a decir. Pero más allá de coincidencias de orden literario, este asunto pone en evidencia que las respuestas a la crisis han de ser propias de otro tiempo (el tiempo de la “lucha de clases”, ese término que habíamos desterrado de nuestro vocabulario), porque la misma crisis nos conduce a otro tiempo de penurias que creíamos ampliamente superado. Se dan además diversas paradojas, como que tengan que pagar las clases populares los obscenos excesos de los dueños del capital que han desatado la crisis, mientras éstos siguen siendo tan fabulosamente ricos como antes; o que la contestación social a lo que está ocurriendo (para ser efectiva y generar cambios tangibles) no tenga más remedio que canalizarse a través del mismo sistema político que ha vendido nuestro futuro a los poderosos.

Hace algo más de un año descubrí aquí una genial frase o lema de Eduardo Galeano: “Tenemos las manos vacías, pero las manos son nuestras”. Están vacías porque nos han quitado lo que había en ellas, sobra añadir. Quizá debamos usar las manos para algo más que el hermoso gesto de levantarlas y formar el aplauso silencioso que el 15M contagió por todo el mundo; quizá tengamos que usarlas para robar a quienes nos roban o, llegado el caso, para defender nuestra vida de aquellos que tratan de arrebatárnosla.

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sábado, 4 de agosto de 2012

Este loco se va con otra loca


 "Este adiós no maquilla un hasta luego, 
este nunca no esconde un ojala, 
estas cenizas no juegan con fuego, 
este ciego no mira para atrás. 
Este pez ya no muere por tu boca, 
este loco se va con otra loca, 
estos ojos no lloran más por ti".  

No voy a decir el número de años porque no me da la gana, y porque fueron años interrumpidos o rotos y retomados después. Pero forman una suma considerable, pesada incluso, que cuesta dejar atrás. Cuesta dejar atrás la ciudad querida, la ciudad donde confluían los destinos de la juventud y desde la que salían otros que exploré unas veces con exceso de ingenuidad, otras con justo entusiasmo, y casi siempre con cierta torpeza.

Escojo para la despedida unos versos del bardo más emblemático de la ciudad, a pesar de que parezcan más apropiados para decir adiós a una amante cansada. Aunque bien puede uno amar a una ciudad y cansarse de ella aun amándola y, llegado el momento, abandonarla por amor.

Madrid sirve para ensanchar el mundo, para adivinar nuevos caminos y acaso recorrerlos; Madrid es un viaje al pasado, capital de mi República, y un viaje a un futuro que ya no es lo que era. Pero digámoslo en verso a la manera del bardo Sabina, en verso libérrimo: Madrid fue escenario de sueños y amargos despertares, de libros y cafés interminables; fue días de derrotas y trabajos que no llevaban a ninguna parte; tardes de triples, cine y descubrimientos intelectuales; noches de juegos y de risas y de bares. Madrid fue puerto de salida hacia estaciones interestelares; jornadas de protestas, acampadas y máscaras sin carnavales.

Madrid fue el territorio de la amistad: por encima de todo, cuesta dejar atrás a los amigos que me acompañaron en tantas andanzas, y asumir que el tiempo y la voluntad y las circunstancias ejercerán su cruel cometido para acabar quitándome a la mayor parte de ellos. Resistirán sólo unos pocos, como resistieron en la ciudad de la que salí aquellos que ahora me esperan, entre ilusionados y escépticos, como yo mismo, con los brazos abiertos.

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miércoles, 11 de julio de 2012

Semana Negra


"La literatura es una forma de respirar,
de vivir, de ser yo".

El cielo de Gijón ha estado estos días de un gris dublinés, lleno de nubarrones, en consonancia con el ambiente propicio al género negro y con el negro futuro que nos espera mientras seguimos asistiendo, perplejos, al desmantelamiento de Europa. Acudir a la Semana Negra supone dejarse sorprender por un festival literario que más bien parece una fiesta patronal, con sus atracciones de feria y su multitud de visitantes-pero-dudosos-lectores; aunque al mismo tiempo se agradece que en este caso el patrón sean los libros. Ya nos gustaría que las ferias y fiestas que inundan España en fechas veraniegas tuvieran como excusa a la literatura, y no al santurrón o mártir de turno.

Formar parte de la Semana Negra supone también codearse con otros autores más o menos reconocidos, con periodistas de una amabilidad insospechada, con organizadores vehementes y dicharacheros, todos ellos rápidamente dispuestos a hacerte sentir un celebrante más. El ambiente y las referencias literarias se encuentran por doquier, incluso en el trayecto: al poco de aterrizar, descubro que el recinto donde tiene lugar este año la Semana Negra se corresponde con unos antiguos astilleros (también desmantelados, por supuesto), y enseguida pienso en la lectura que me acompaña en el viaje, El astillero de Onetti.

La Semana Negra a punto ha estado de no celebrarse en 2012, de quedarse sin vigesimoquinta edición, y algo se nota esa amenaza en la atmósfera general de provisionalidad, en los astilleros tan fantasmagóricos como la Santa María de Onetti, y hasta en los grises y dublineses nubarrones. Sin embargo, todo son risas y muestras de camaradería a mi llegada al hotel Don Manuel, encrucijada donde se ofician las tertulias y las juergas de la Semana Negra. Como parte de la bienvenida cae en mis manos un ejemplar de A Quemarropa, decano mundial de la prensa negra y noticiario de un festival que va más allá de lo literario para convertirse en un medio de lucha y reivindicación contra los desmanteladores.


Ya por la tarde toca el turno de hablar de La última sombra, con el desenfado no exento de rigor al que da pie la presentadora, Cristina Macía. Hablo mucho y firmo poco, pero firmaré más al día siguiente gracias a la complicidad de la librería Burma. La primera noche en Gijón se salda con una cena entre escritores y periodistas que me recuerda a la estrambótica high table de Todas las almas. En la segunda y última cena, en cambio, me encuentro rodeado por un trío de autores argentinos tan divertidos como crípticos en su peculiar jerga porteña.

Por el camino voy dejando ciertas cosas en el tintero, como las interesantes charlas a cargo, entre otros, de Rosa Ribas o Secundino Serrano; el rápido saludo a mi compañero de editorial Rafa Marín; o las lecciones de Paco Ignacio Taibo II y su diccionario de sinónimos. Por desgracia, todo ello se mezcla como en un mal cóctel con una nueva amenaza de desmantelamiento que me toca muy de cerca, y de la que no diré más, acaso así no se cumpla. Mejor será agarrarme a la frase que encabeza este artículo, pronunciada por Ana María Matute durante su participación en la Semana Negra, y usarla como asidero contra estos tiempos negros presididos por malhechores que se muestran cada vez más dispuestos a desmantelarnos hasta el alma.

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jueves, 7 de junio de 2012

No vuelva a hacerlo



Lo he contado tantas veces en tertulias y conciliábulos que ya casi parece inventado. Como si a base de narrarlo se pudiera convertir en ficción, al contrario de tanta mentira mediática y política que se empeñan en transformar en verdad a fuerza de repetirla. Ray Bradbury, en algún momento de su larga existencia de 91 años, caminaba distraído por las afueras de Los Ángeles (una ciudad en la que prácticamente todo son afueras, y para mantener algún contacto con la gente se necesita chocar contra ella, como bien muestra el largometraje Crash) sin mayor propósito que el sencillo y raro placer de pasear. Acto tan sospechoso hizo que terminara siendo abordado por la policía; y se produjo el siguiente diálogo, digno de cualquiera de sus cuentos o, más aún, de las ficciones lisérgicas de Philip K. Dick:
-¿Qué está haciendo?
-Pasear. Solamente paseaba.
-Está bien… pero no vuelva a hacerlo.

Ray Bradbury, además de protagonizar anécdotas tan absurdas como representativas del desquiciamiento de nuestra sociedad, escribió cuentos, muchísimos cuentos, y una novela, Fahrenheit 451, que forma parte del imaginario de la cultura popular, a la manera de los mitos. En el futuro distópico que describe los libros están prohibidos, los ciudadanos se delatan unos a otros, y los bomberos se dedican a aplicar a los pocos libros que quedan la temperatura del título. Es decir, a quemarlos. Pero los libros perviven, a pesar de todo, porque el hombre no puede existir sin ellos. Y no diré más para preservar la sorpresa a quien no haya leído Fahrenheit 451, ni visto la versión cinematográfica de François Truffaut. Sí añadiré la cita que da inicio al libro: “Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado”. Es de Juan Ramón Jiménez.

Cuando, hace más de una década, el autor de este blog se moceaba con las letras, Ray Bradbury representaba el más puro sentido de la maravilla y del descubrimiento: me recuerdo devorando las páginas de Crónicas marcianas, acaso el mejor libro de cuentos de ciencia-ficción jamás escrito; asombrándome ante las peripecias de El hombre ilustrado, ilustrado en sentido literal; o recreando la magia del amor por correspondencia en aquel encantador relato de Conduciendo a ciegas. Alguna vez he contado también, en las presentaciones de mis propios libros, que Bradbury en su colección de ensayos Zen en el arte de escribir, toda una celebración de la literatura, se vanagloria de escribir “hasta que la historia me alcance”. Pero sobre todo rememoro los orígenes de ese club de letraheridos extremados y extremeños en el que di mis primeros pasos como escritor, y de los aquelarres orquestados en torno a autores señeros como Bradbury. Desde hace unas horas dicen de él que ha fallecido, pero yo no me lo creo. Estoy convencido de que, simplemente, ha regresado a Marte.

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