jueves, 25 de octubre de 2012

Combates de este tiempo


En menos de una semana he asistido a sendas conferencias de Julio Anguita y Carlos Taibo. Ambas en Badajoz, a pesar de que en esta ciudad supuestamente nunca pasa nada y por lo tanto no ocurre acontecimiento cultural alguno.

Anguita, explicándose
Antes de entrar en el fondo de sus intervenciones, hagamos un poco de arqueología sentimental, aprovechando la coincidencia en el espacio pacense de tan insignes oradores: a Anguita no lo veía desde que fui a un mitin suyo, también en Badajoz, supongo que a principios de los años 90, probablemente en el desaparecido cine Menacho. Entonces era coordinador general de Izquierda Unida, y el abajo firmante tan joven que no había votado nunca. Ahora, octubre de 2012, Julio lleva años retirado de la clase política, que no del combate político, y a un servidor  hace ya tiempo que se le quitaron las ganas de votar, aunque lo siga haciendo.

En cuanto a Carlos Taibo, tuve el buen gusto de invitarle en nombre del muy extinto Foro Social de Guadalajara, años 2004 y 2005, a impartir allí su magisterio, otra ciudad en la que tampoco sucede nada digno de mención. La primera vez acudió a presentar uno de sus muchos libros, la segunda a participar en un debate preelectoral sobre el referendo a la Constitución Europea (de aquellos polvos, estos recortes). Sin embargo, mi recuerdo más reciente del profesor Taibo data de mayo del año pasado, sí, aquel mes que alumbró el 15M y su inspiradora República de Sol. Precisamente fue Carlos Taibo quien, sin saberlo, dio carta de naturaleza al movimiento con su discurso al finalizar la manifestación del mismo 15 de mayo que devendría en acampada. No tuve la suerte de presenciar aquel discurso, pero sí de verlo en diferido gracias a este enlace y a quien generosamente me lo envió.

Taibo, en sede universitaria
De manera que, arqueología sentimental aparte, nos enfrentamos a dos intelectuales de renombre que coinciden en buena parte del análisis sobre la crisis actual (pero no es crisis, sino estafa), aunque sus trayectorias sean bien distintas. Anguita, habiendo dejado muy atrás su carrera como político profesional, sigue irreductible en la dialéctica de la que tantos se burlaban antaño, acusándolo casi de loco: sus peroratas anti-Maastricht (un tratado que impide a los Estados pedir dinero a sus bancos nacionales), sus llamamientos a cumplir con la Constitución (modificada, recordó, por el PPSOE en 2011 para obligarnos a pagar la deuda a los bancos alemanes) o a superarla por una republicana. Ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma, como diría Gil de Biedma: Anguita se ha convertido a su pesar en Casandra, condenada según el mito a profetizar el futuro y a que sus advertencias sean desoídas. Puesto que aquel futuro fatídico ya está aquí (y en su versión más nefanda), nos propone construir una alternativa alejada de la política profesional a través de su programa Frente Cívico-Somos Mayoría, y tomar medidas que pasan por nacionalizar los sectores estratégicos y salir del euro.

Carlos Taibo, profesor de Ciencias Políticas, es activo partícipe y analista del 15M, de la misma manera que durante la primera mitad de la pasada década lo fue del movimiento etiquetado como antiglobalización. Nos habla de un evidente proceso de desclasamiento de las clases medias; de la incapacidad (cuando no complicidad) de los políticos profesionales (especialmente los socialdemócratas) y de los sindicatos mayoritarios para hacer frente a la estafa (que no crisis); de las virtudes y los defectos del 15M, que debe escoger entre contestar la epidermis del sistema (pidiendo reformas como la de la ley electoral) o su núcleo (mediante la construcción de un espacio autónomo que pase por la autogestión y el antimercantilismo).

La conclusión de Anguita es que, más allá de grandes discursos, más allá de comunismo o de socialismo, bastaría con cumplir la Declaración Universal de Derechos Humanos, que prácticamente todos los países han firmado. La de Taibo, que ante el previsible agravamiento de la crisis estafa, todo conduce a un escenario de revuelta social. A mí me da que, en cierto modo, la revolución o sucede en Badajoz o no será.

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sábado, 15 de septiembre de 2012

La clase política como un alien



Andaba el abajo firmante, una vez más, a vueltas con la crisis y sus culpables, cuando se encontró con la siguiente afirmación en el texto de César Molinas publicado en El País bajo el título Una teoría de la clase política española: “Matt Taibbi, en su célebre artículo de 2009 en Rolling Stone sobre Goldman Sachs ‘La gran máquina americana de hacer burbujas’ comparaba al banco de inversión con un gran calamar vampiro abrazado a la cara de la humanidad que va creando una burbuja tras otra para succionar de ellas todo el dinero posible”. Rápidamente me saltó a la cara (valga la expresión) la imagen del horrible bicho que se pega al rostro de John Hurt en Alien, el octavo pasajero, con los monstruosos resultados que cualquier aficionado al cine conoce de sobra.

De manera que las instituciones financieras que provocaron la crisis, como Goldman Sachs, actúan como un alien o, por recurrir al término difundido por Acemoglu y Robinson en su libro Por qué fracasan las naciones, como “élites extractivas” que se caracterizan por “tener un sistema de captura de rentas que permite, sin crear riqueza nueva, detraer rentas de la mayoría de la población en beneficio propio”. Molinas aplica este concepto a la clase política española que, en efecto, ha creado o ayudado a crear diversas burbujas (la inmobiliaria, la de las Cajas de Ahorro, la de grandes infraestructuras inservibles como las autopistas radiales o los aeropuertos sin aviones) para succionar de ellas todo beneficio mientras, a cambio, desertizaba el país. O sea, que la clase política española (sobre todo el PPSOE y la maligna CiU) actúa como un grupo de presión que, en lugar de velar por el interés general de los ciudadanos, se mueve por sus propios intereses particulares. Exactamente de la misma manera que funcionan bancos y grandes empresas, sólo que estos últimos no dicen representarnos, ni llegan al poder mediante el voto popular, ni pretenden gobernar en pro del bien común.

Lo que César Molinas no dice, puesto que señala a la clase política como única responsable de la crisis, es que ese mismo funcionamiento de las élites extractivas es lo que desató la crisis en primera instancia. No hay más que recordar la enorme riqueza acumulada en los últimos años por inversores y directivos de ciertas compañías (Goldman Sachs, Leeman Brothers, Merryll Linch) que se dedican sistemáticamente a “succionar” la riqueza creada por otros y hundir países e incluso a sus propias compañías en el proceso. No es de extrañar que Molinas se olvide de tan pequeño detalle, puesto que fue durante siete años Director de Gestión de Merrill Lynch en Londres.

Volviendo al cine y sus engendros, la reciente y muy mejorable precuela de la saga Alien, titulada Prometheus, nos recuerda que de la evolución de uno o varios monstruos sólo puede esperarse un monstruo mayor y más letal. Si resulta que las naciones están fracasando por culpa de que las instituciones financieras se comportan como un alien, y para colmo los partidos políticos también actúan igual (succionando riqueza y dejando en el paro y en la miseria a millones de ciudadanos), estamos apañados. De la unión entre una economía vampírica y una clase política succionadora nacen monstruos perfectos, como Luis de Guindos, Director en España y Portugal de Leeman Brothers hasta su quiebra en 2008; y actual Ministro de Economía y Competitividad del Gobierno de España.

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martes, 28 de agosto de 2012

Shakespeare & Company

En mayor o menor medida, todos los lectores somos cazadores de libros. Sin llegar a arriesgar tanto en la empresa como Lucas Corso (aunque bien nos gustaría ganarnos la vida viajando en pos de libros prohibidos), disfrutamos a base de perseguir esta rareza o aquella edición descatalogada. Incluso cuando se trata de novedades, nos dejamos llevar por la ilusión de que tal libro deseaba ser encontrado, y si lo hemos visto en la estantería o en el escaparate es porque lo estábamos buscando aun sin saberlo y porque viene a nosotros en el momento preciso. Sospecho que muchas veces dejamos de adquirir libros que deberíamos leer por otros que no teníamos previsto comprar pero que despiertan un interés misterioso y telúrico.

En mayor o menor medida, todos los cazadores de libros somos también cazadores de librerías. De librerías entendidas como ese espacio único en el cual lo de menos es efectuar una transacción comercial, y lo de más sentirse como en casa, como en una biblioteca privada e ideal (y por tanto borgiana) donde uno puede disponer a su antojo de libros innumerables. A diferencia de una biblioteca pública, la librería nos permite la ficción pasajera de poseer todos los libros que contiene, aunque sólo sea mientras nos decidimos a llevarnos uno en concreto. Sobra añadir que no hablo de las librerías-supermercado que tanto proliferan, ni de su gélido equivalente electrónico; sino de esas escasas librerías que le invitan a uno a entrar, a perderse entre los pasillos, a hojear, a manosear, a fijarse en el resto de clientes como en personajes de una novela, a charlar con el librero como con un viejo amigo.

El cazador de librerías sabe que ha obtenido la pieza más valiosa de su colección cuando entra en la fabulosa Shakespeare & Company. Su valor no reside en el atractivo del local ni de su decoración: el primero parece que va a derrumbarse de un momento a otro, y la segunda obedece sobre todo a la caótica acumulación de recuerdos, carteles, mensajes y, por supuesto, libros y más libros. Shakespeare & Company es, por encima de cualquier otra consideración, una librería-refugio, una librería proyectada como lugar de encuentro donde se acoge al visitante... hasta el punto de regalarle un viejo ejemplar sólo por el hecho de interesarse por él, o de contar con una amplia sección de préstamo y consulta, una máquina de escribir a disposición de todo aquel que quiera usarla, y diversos espacios de lectura o simple descanso (alguno de estos últimos con inmejorables vistas sobre Notre-Dame).

Shakespeare & Company es asimismo una librería intemporal, en la que uno pone el pie y se siente trasladado a cualquier época del siglo veinte; no en vano es heredera de la librería que con el mismo nombre pero distinta ubicación abrió Sylvia Beach en 1919 y sirvió como primera editorial para el entonces prohibido Ulises de James Joyce. La actual Shakespeare & Company existe desde 1951, cuenta con la biblioteca personal de la propia Sylvia Beach, y es regentada por la hija de su fundador, George Whitman, un tipo de poético apellido que, a juzgar por la historia de su negocio, debió ejercer como progenitor de todo escritor y aspirante a escritor que pasara por allí.

Shakespeare & Company es, en definitiva, un oasis. Una isla de tranquilidad en medio del bullicioso mar de París. Un lugar donde el tiempo se detiene y parece no transcurrir, tal y como sucede en el bosque de Lothlórien de mi querido profesor Tolkien. El cazador de librerías, una vez ha regresado de su expedición, todavía transido por las emociones del viaje, se pregunta si será posible imaginar en su ciudad (acaso crear) una modesta, manejable, digna sucursal de Shakespeare & Company.

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domingo, 12 de agosto de 2012

Horror en el hipermercado


Llevo ya varios días discutiendo con mis amistades más cercanas sobre las protestas ante la crisis, su posible eficacia y, sobre todo, su dudosa viabilidad para transformar el orden establecido. Digo dudosa porque, por mucho que el descontento y las movilizaciones continúen (de la misma manera que continuarán los recortes y el desahucio general de la clase media), no veo la forma en que puedan alcanzar su objetivo. Incluso aunque se doten de un programa perfectamente expuesto como el ofrecido por Julio Anguita en su iniciativa llamada Frente Cívico.

Y en estas aparecen en portada los insurgentes del Sindicato Andaluz de Trabajadores capitaneados por el Comandante Gordillo, y van los tíos y asaltan dos supermercados, reparten el botín entre los pobres, y no contentos ocupan también una finca militar para reivindicar aquel viejo lema de “la tierra para quien la trabaja”. Acciones que se consideraban propias de tiempos muy lejanos, casi medievales si tenemos en cuenta que se sustentan en el espíritu propio de Robin Hood (un mito al que en los últimos años se la ha dado la vuelta, y hasta nos hemos acostumbrado a ver cómo roban a los pobres para dárselo a los ricos). Rápidamente, como era de esperar, políticos de una y otra ralea se han apresurado a condenar estas formas de protesta, que justo han servido para demostrar lo poco que les importa que se robe cuando son ellos los ladrones o los cómplices del latrocinio. ¡Horror!, han gritado como si fueran Alaska y Los Pegamoides, pero no se horrorizan con las terroríficas reformas que nos empobrecen a marchas forzadas, ni tampoco con la certeza de que este país llamado España ha perdido su soberanía de facto.

Debo decir que el Comandante Gordillo y sus secuaces tienen mi simpatía, aunque sólo sea porque me recuerdan una escena de mi primera novela, Guerra ha de haber, donde la protagonista participa en el asalto a un hipermercado por parte de un grupo okupa. Quién me lo iba a decir. Pero más allá de coincidencias de orden literario, este asunto pone en evidencia que las respuestas a la crisis han de ser propias de otro tiempo (el tiempo de la “lucha de clases”, ese término que habíamos desterrado de nuestro vocabulario), porque la misma crisis nos conduce a otro tiempo de penurias que creíamos ampliamente superado. Se dan además diversas paradojas, como que tengan que pagar las clases populares los obscenos excesos de los dueños del capital que han desatado la crisis, mientras éstos siguen siendo tan fabulosamente ricos como antes; o que la contestación social a lo que está ocurriendo (para ser efectiva y generar cambios tangibles) no tenga más remedio que canalizarse a través del mismo sistema político que ha vendido nuestro futuro a los poderosos.

Hace algo más de un año descubrí aquí una genial frase o lema de Eduardo Galeano: “Tenemos las manos vacías, pero las manos son nuestras”. Están vacías porque nos han quitado lo que había en ellas, sobra añadir. Quizá debamos usar las manos para algo más que el hermoso gesto de levantarlas y formar el aplauso silencioso que el 15M contagió por todo el mundo; quizá tengamos que usarlas para robar a quienes nos roban o, llegado el caso, para defender nuestra vida de aquellos que tratan de arrebatárnosla.

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sábado, 4 de agosto de 2012

Este loco se va con otra loca


 "Este adiós no maquilla un hasta luego, 
este nunca no esconde un ojala, 
estas cenizas no juegan con fuego, 
este ciego no mira para atrás. 
Este pez ya no muere por tu boca, 
este loco se va con otra loca, 
estos ojos no lloran más por ti".  

No voy a decir el número de años porque no me da la gana, y porque fueron años interrumpidos o rotos y retomados después. Pero forman una suma considerable, pesada incluso, que cuesta dejar atrás. Cuesta dejar atrás la ciudad querida, la ciudad donde confluían los destinos de la juventud y desde la que salían otros que exploré unas veces con exceso de ingenuidad, otras con justo entusiasmo, y casi siempre con cierta torpeza.

Escojo para la despedida unos versos del bardo más emblemático de la ciudad, a pesar de que parezcan más apropiados para decir adiós a una amante cansada. Aunque bien puede uno amar a una ciudad y cansarse de ella aun amándola y, llegado el momento, abandonarla por amor.

Madrid sirve para ensanchar el mundo, para adivinar nuevos caminos y acaso recorrerlos; Madrid es un viaje al pasado, capital de mi República, y un viaje a un futuro que ya no es lo que era. Pero digámoslo en verso a la manera del bardo Sabina, en verso libérrimo: Madrid fue escenario de sueños y amargos despertares, de libros y cafés interminables; fue días de derrotas y trabajos que no llevaban a ninguna parte; tardes de triples, cine y descubrimientos intelectuales; noches de juegos y de risas y de bares. Madrid fue puerto de salida hacia estaciones interestelares; jornadas de protestas, acampadas y máscaras sin carnavales.

Madrid fue el territorio de la amistad: por encima de todo, cuesta dejar atrás a los amigos que me acompañaron en tantas andanzas, y asumir que el tiempo y la voluntad y las circunstancias ejercerán su cruel cometido para acabar quitándome a la mayor parte de ellos. Resistirán sólo unos pocos, como resistieron en la ciudad de la que salí aquellos que ahora me esperan, entre ilusionados y escépticos, como yo mismo, con los brazos abiertos.

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miércoles, 11 de julio de 2012

Semana Negra


"La literatura es una forma de respirar,
de vivir, de ser yo".

El cielo de Gijón ha estado estos días de un gris dublinés, lleno de nubarrones, en consonancia con el ambiente propicio al género negro y con el negro futuro que nos espera mientras seguimos asistiendo, perplejos, al desmantelamiento de Europa. Acudir a la Semana Negra supone dejarse sorprender por un festival literario que más bien parece una fiesta patronal, con sus atracciones de feria y su multitud de visitantes-pero-dudosos-lectores; aunque al mismo tiempo se agradece que en este caso el patrón sean los libros. Ya nos gustaría que las ferias y fiestas que inundan España en fechas veraniegas tuvieran como excusa a la literatura, y no al santurrón o mártir de turno.

Formar parte de la Semana Negra supone también codearse con otros autores más o menos reconocidos, con periodistas de una amabilidad insospechada, con organizadores vehementes y dicharacheros, todos ellos rápidamente dispuestos a hacerte sentir un celebrante más. El ambiente y las referencias literarias se encuentran por doquier, incluso en el trayecto: al poco de aterrizar, descubro que el recinto donde tiene lugar este año la Semana Negra se corresponde con unos antiguos astilleros (también desmantelados, por supuesto), y enseguida pienso en la lectura que me acompaña en el viaje, El astillero de Onetti.

La Semana Negra a punto ha estado de no celebrarse en 2012, de quedarse sin vigesimoquinta edición, y algo se nota esa amenaza en la atmósfera general de provisionalidad, en los astilleros tan fantasmagóricos como la Santa María de Onetti, y hasta en los grises y dublineses nubarrones. Sin embargo, todo son risas y muestras de camaradería a mi llegada al hotel Don Manuel, encrucijada donde se ofician las tertulias y las juergas de la Semana Negra. Como parte de la bienvenida cae en mis manos un ejemplar de A Quemarropa, decano mundial de la prensa negra y noticiario de un festival que va más allá de lo literario para convertirse en un medio de lucha y reivindicación contra los desmanteladores.


Ya por la tarde toca el turno de hablar de La última sombra, con el desenfado no exento de rigor al que da pie la presentadora, Cristina Macía. Hablo mucho y firmo poco, pero firmaré más al día siguiente gracias a la complicidad de la librería Burma. La primera noche en Gijón se salda con una cena entre escritores y periodistas que me recuerda a la estrambótica high table de Todas las almas. En la segunda y última cena, en cambio, me encuentro rodeado por un trío de autores argentinos tan divertidos como crípticos en su peculiar jerga porteña.

Por el camino voy dejando ciertas cosas en el tintero, como las interesantes charlas a cargo, entre otros, de Rosa Ribas o Secundino Serrano; el rápido saludo a mi compañero de editorial Rafa Marín; o las lecciones de Paco Ignacio Taibo II y su diccionario de sinónimos. Por desgracia, todo ello se mezcla como en un mal cóctel con una nueva amenaza de desmantelamiento que me toca muy de cerca, y de la que no diré más, acaso así no se cumpla. Mejor será agarrarme a la frase que encabeza este artículo, pronunciada por Ana María Matute durante su participación en la Semana Negra, y usarla como asidero contra estos tiempos negros presididos por malhechores que se muestran cada vez más dispuestos a desmantelarnos hasta el alma.

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jueves, 7 de junio de 2012

No vuelva a hacerlo



Lo he contado tantas veces en tertulias y conciliábulos que ya casi parece inventado. Como si a base de narrarlo se pudiera convertir en ficción, al contrario de tanta mentira mediática y política que se empeñan en transformar en verdad a fuerza de repetirla. Ray Bradbury, en algún momento de su larga existencia de 91 años, caminaba distraído por las afueras de Los Ángeles (una ciudad en la que prácticamente todo son afueras, y para mantener algún contacto con la gente se necesita chocar contra ella, como bien muestra el largometraje Crash) sin mayor propósito que el sencillo y raro placer de pasear. Acto tan sospechoso hizo que terminara siendo abordado por la policía; y se produjo el siguiente diálogo, digno de cualquiera de sus cuentos o, más aún, de las ficciones lisérgicas de Philip K. Dick:
-¿Qué está haciendo?
-Pasear. Solamente paseaba.
-Está bien… pero no vuelva a hacerlo.

Ray Bradbury, además de protagonizar anécdotas tan absurdas como representativas del desquiciamiento de nuestra sociedad, escribió cuentos, muchísimos cuentos, y una novela, Fahrenheit 451, que forma parte del imaginario de la cultura popular, a la manera de los mitos. En el futuro distópico que describe los libros están prohibidos, los ciudadanos se delatan unos a otros, y los bomberos se dedican a aplicar a los pocos libros que quedan la temperatura del título. Es decir, a quemarlos. Pero los libros perviven, a pesar de todo, porque el hombre no puede existir sin ellos. Y no diré más para preservar la sorpresa a quien no haya leído Fahrenheit 451, ni visto la versión cinematográfica de François Truffaut. Sí añadiré la cita que da inicio al libro: “Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado”. Es de Juan Ramón Jiménez.

Cuando, hace más de una década, el autor de este blog se moceaba con las letras, Ray Bradbury representaba el más puro sentido de la maravilla y del descubrimiento: me recuerdo devorando las páginas de Crónicas marcianas, acaso el mejor libro de cuentos de ciencia-ficción jamás escrito; asombrándome ante las peripecias de El hombre ilustrado, ilustrado en sentido literal; o recreando la magia del amor por correspondencia en aquel encantador relato de Conduciendo a ciegas. Alguna vez he contado también, en las presentaciones de mis propios libros, que Bradbury en su colección de ensayos Zen en el arte de escribir, toda una celebración de la literatura, se vanagloria de escribir “hasta que la historia me alcance”. Pero sobre todo rememoro los orígenes de ese club de letraheridos extremados y extremeños en el que di mis primeros pasos como escritor, y de los aquelarres orquestados en torno a autores señeros como Bradbury. Desde hace unas horas dicen de él que ha fallecido, pero yo no me lo creo. Estoy convencido de que, simplemente, ha regresado a Marte.

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miércoles, 9 de mayo de 2012

Juego de tronos


Llevo ya meses rumiando un análisis sobre las razones del éxito de la saga de literatura fantástica Canción de Hielo y Fuego, y por extensión de la serie televisiva Juego de Tronos. Recapitulemos: hace cosa de un decenio comenzaron a llegarme recomendaciones de los lectores más dispares sobre esta saga. Me resistí durante varios años, en parte porque llevaba demasiado tiempo sin interesarme por el género. Finalmente cedí, y durante los tres primeros libros me vi enfrascado en las intrigas de Poniente, leyendo con una avidez que posiblemente no me dominaba desde la adolescencia cuando caían en mis manos sagas como El Señor de los Anillos, La Espada de Joram o Las Crónicas Vampíricas. El autor, George R. R. Martin, se merecía ese calificativo tan gastado de “renovador del género”, puesto que dotaba a su universo literario de un realismo y una crudeza muy en consonancia con los tiempos actuales, tan oscuros; y daba la vuelta a la tradicional épica de la fantasía medieval: en sus novelas no hay héroes que pretendan salvar el mundo (y si los hay, fracasan) sino, en el mejor de los casos, supervivientes que bastante tienen con mantener su dignidad en una sociedad abiertamente hostil y traicionera.

Con el cuarto y quinto tomos tomaron cuerpo las serias dudas sobre el equilibrio de la saga que me habían asaltado previamente pero quedaban en segundo plano gracias a la despiadada fuerza narrativa de Martin: ahora ya resultaba evidente que se le escapaba de las manos su propia historia, dispersándose en más tramas y subtramas imposibles de dominar. A diferencia de Tolkien, que en su Señor de los Anillos decide narrar una historia concreta dentro de una Tierra Media que está firmemente creada de antemano, Martin construye su mundo de ficción a medida que desarrolla la saga, y se empeña en abarcar tantos lugares y pueblos distintos que la narración se resiente hasta el punto de que, mucho me temo, irá a peor en los dos siguientes y últimos tomos que restan por publicarse.

Llegada la serie de televisión Juego de Tronos, ahora en su segunda temporada, he recuperado la ilusión perdida: la adaptación es magnífica y, en la medida en que la serie está obligada a condensar las novelas eliminando detalles y personajes y añadiendo otros, mejora el original. Esta afirmación puede resultar un sacrilegio para algunos, pero es precisamente gracias a la riqueza de la saga literaria que los guionistas de la serie (no olvidemos que está producida por HBO) pueden permitirse mejorar el original, dotando por ejemplo a cada episodio de una sólida estructura temática que en los libros no está tan clara.

Pero ya basta de tanto preámbulo: la intención era preguntarse acerca de los motivos de su éxito. Aparte de las características comunes a otros fenómenos superventas que no nombraré aquí, algo tiene Canción de Hielo y Fuego para entusiasmar por igual a tirios y troyanos. Acaso se trate de lo que apuntábamos más arriba: en un mundo como el de Poniente, donde se suceden toda clase de traiciones, inquinas y corruptelas en pos de la conquista del poder, el lector reconoce su propio tiempo (el nuestro), en el cual acostumbran a ganar los malos, y se identifica con los personajes que mantienen su dignidad en un entorno tan brutal. Tienen además en común estos pocos personajes que son unos inadaptados, que no encajan en las jerarquías ni acatan los valores dominantes de Poniente (el poder, la falta de compasión), y se distinguen por sus debilidades, ya sean físicas o psicológicas o sociales: Tyrion, Jon, Sam, Theon, Bran, Davos, Daenerys, Arya, Brienne... todos ellos luchan con tesón por sobrevivir y no perder (toda) su identidad en el camino. Acaso nos recuerdan a nosotros mismos, tratando de encontrar espacio para respirar en un mundo inhóspito y moribundo.

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martes, 10 de abril de 2012

Los monstruos y los críticos


Quién no ha leído la crítica de tal o cual novedad, a veces previamente pero sobre todo a posteriori, para comprobar si su visión coincide o no con la del experto. Considero la crítica una manera de contrastar opiniones, para que el crítico oriente al lector o espectador en igualdad de condiciones con éstos (en tanto que comparten interés por la obra en cuestión); pero huyo del crítico que pontifica, que se sitúa por encima no ya de quien lo lee, sino hasta del autor o de la obra misma. Como si tales críticos, abusando de una prosa florida y abigarrada, usurparan el papel de novelistas o cineastas o, peor aún, creyeran que el esfuerzo que supone dar un libro a la imprenta o estrenar una película pudiera equipararse al de una crítica escrita a vuela pluma.

Las reseñas que me resultan interesantes son aquellas en las cuales se trasluce un esfuerzo por comprender la obra reseñada, por analizar en síntesis pero también en profundidad sus aciertos y desaciertos, por invitar al lector a degustarla y valorarla por sí mismo. Con la decadencia del periodismo tradicional y el auge de Internet, tenemos en los blogs un medio de difusión de críticas muy valioso. Sus responsables suelen ser ante todo entendidos en aquello que critican, y no es difícil encontrar rigor y lucidez en muchos de ellos. Es el caso, en el terreno audiovisual, de The Unaffiliated Critic, que descubrí a raíz de su pormenorizado análisis de la serie de HBO Juego de Tronos: la habilidad del autor de este blog a la hora de escrutar la estructura narrativa de la serie es sencillamente fabulosa, descubriéndonos una solidez temática que puede pasar desapercibida en un primer momento, y que me atrevería a añadir supera incluso la de la saga original escrita por George R.R. Martin.

Siguiendo con los blogs, no puedo dejar de destacar la recensión que recibió en su momento mi primera novela, Guerra ha de haber, realizada por un profesor de Historia de la Universidad de Barcelona y publicada en Hislibris: precisamente en un blog sostenido por aficionados al ensayo y a la novela histórica. Por otra parte, y hace apenas una semana, el escritor Sergio Mars ha tenido a bien publicar una crítica sobre La última sombra en su blog Rescepto: una crítica que me ha sorprendido gratamente por su elevada comprensión de la propuesta narrativa que ofrezco en mi segunda novela, así como por su habilidad a la hora de esclarecer y desentrañar el contenido del libro que analiza.

Sin embargo, me he encontrado también con dos críticas, en el mismo periódico, que adolecen de los elementos mencionados, que parecen escritas con desgana, trufadas de juicios a priori (y eso que se deduce que han leído mis novelas, qué menos) y con un claro ánimo de “despachar” el libro, de quitarlo de en medio y de paso ahuyentar a potenciales lectores. Así fue hace casi cuatro años, y así ha vuelto a ser ahora. Que entre los críticos hay numerosos monstruos ya lo advertía el profesor Tolkien hace tiempo, en el ensayo de cuyo título me he servido para esta entrada, quejándose de su falta de simpatía hacia el género fantástico.

No es cuestión de concluir que la crítica válida es la del blog y la inútil por ensoberbecida la del diario impreso, ni mucho menos: continúo hojeando Babelia y siguiendo a Carlos Boyero, quien precisamente se distingue por trasladar su razonado entusiasmo por el cine que lo merece (inolvidable esta vindicación suya de la serie The Wire). Se trata más bien de constatar que hasta cierto punto el medio es el mensaje y, mientras determinados críticos “profesionales” se encastillan en su atalaya de papel, otros se dedican (nos dedicamos) desde el rigor y el buen criterio que también permite Internet, a invitar a quienes nos leen justo a eso, a que sigan leyendo.

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martes, 27 de marzo de 2012

Sostiene Pereira

"Tabucchi fue para muchos jóvenes italianos su primera relación sentimental con la literatura".


Sostiene Pereira que lleva días sin querer levantarse de la cama, que ya está todo hecho. Que el último domingo, en lugar de dar el habitual paseo hasta el Chiado se demoró en su maltrecho piso leyendo unos artículos, y al bajar por fin a la calle a deshora la portera llamó su atención y se lo dijo, están hablando de don Antonio en el noticiario, y él contestó, no puede ser, de escritores sólo hablan cuando alguno gana el Nobel o cuando…

Sostiene Pereira que lleva días sin querer levantarse de la cama, que no es capaz de pensar en ninguna necrológica más, y menos en la suya, que no estaba escrita con antelación porque tal cosa hubiera sido un desaire, que no pudo encargársela al joven Monteiro Rossi ni puede ahora; en cualquier caso redactar un obituario a toro pasado es de muy mal gusto, sostiene Pereira.

Sostiene Pereira que Lisboa ya no es lo que era, que le abandonaron las ganas de escapar a Francia porque Francia está como Lisboa, abotargada, y que en Italia es aún peor y en España hasta se diría que sigue la guerra. Sostiene Pereira que al menos hasta el último domingo cabía la posibilidad de encontrarse con don Antonio mientras callejeaba camino del Chiado o fingía leer la prensa sentado en la terraza de A Brasileira.

Sostiene Pereira que lo mejor que podría hacerse, si las autoridades competentes realmente lo fueran, es levantar una estatua a don Antonio, y sobre todo colocarla frente a la de don Fernando; y así él podría dejar de fingir que lee la prensa y dedicarse a tomar café sentado frente a ambos para interpretar su mudo y eterno diálogo, sostiene Pereira.

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martes, 13 de marzo de 2012

Our revels now are ended



Our revels now are ended. These our actors,
as I foretold you, were all spirits and
are melted into air, into thin air:
and, like the baseless fabric of this vision,
the cloud-capp'd towers, the gorgeous palaces,
the solemn temples, the great globe itself,
yea, all which it inherit, shall dissolve
and, like this insubstantial pageant faded,
leave not a rack behind. We are such stuff
as dreams are made on, and our little life
is rounded with a sleep.


“Nuestra fiesta ya ha terminado”. Así puede traducirse esta frase pronunciada por Próspero en La tempestad, de un tal William Shakespeare. Eso se nos dice de un tiempo a esta parte desde las altas instancias del poder, ese poder que no se tambalea ni cambia de manos ni deja de ser obscenamente rico a pesar de la crisis: “la fiesta ha terminado, deshaceos de la ilusión de progreso y bienestar en la que os habíamos dejado creer; guardad vuestro disfraz de acomodados burgueses, ya lo no necesitaréis”. Sin embargo, y siguiendo con la cita de Shakespeare, los palacios espléndidos y los templos solemnes permanecen, indestructibles. Pero nosotros, pobres de clase media, hemos agachado la testuz y admitido el dictamen. Algunos incluso han votado con loco entusiasmo (el entusiasmo no del actor, sino de la marioneta) por el actual y popular cambio a peor.

El único intento de rebelión se inició hace ya casi un año: aquel invierno de nuestro descontento (de nuevo Shakespeare) convertido en el glorioso verano de Sol. La rebeldía se dirigió entonces menos a intentar algún tipo de transformación social digna de tal nombre que a castigar (muy merecidamente) a quienes nos habían dejado a los pies de los caballos, escondidos tras las siglas de un partido otrora con pretensiones revolucionarias. No es de extrañar que los protagonistas del 15M, esos jóvenes españoles sobradamente estafados y además conscientes de su condición de víctimas de la estafa, salieran a la calle para decir basta. Pero no basta. El acceso al poder (al poder nominal) del sector no enmascarado del Partido Único tuvo lugar en noviembre sin siquiera la coreografía de acampadas y manifestaciones que se esperaba. ¿Acaso ha concluido ya la representación? ¿O es que, muy al contrario, somos tan conscientes de la farsa que aceptamos nuestro papel de simples extras, ocasionales actores de reparto que sólo sirven para que la obra siga el guión establecido?

Resulta llamativo que esta palabra inglesa, revels, cuyo significado es festejo o celebración, provenga del normando reveler, es decir, rebelarse. Tal vez esto explique que las movilizaciones sociales casi siempre se desarrollen en tono festivo (a pesar de la gravedad de la situación a la que nos enfrentamos, o precisamente a causa de ella), y que el mayor y más inmediato beneficio de las protestas del 15M fuera que uno se sentía acompañado, identificado, arropado por los demás como acostumbra a pasar en las celebraciones. Aunque me pregunto si, además de la fiesta, la rebelión también se habrá terminado.

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miércoles, 1 de febrero de 2012

Aguardando 'La última sombra'

De enero a enero, un año ha transcurrido desde que la editorial Grupo Ajec manifestara su interés por publicar mi segunda novela, La última sombra, justo unos días antes de que una llamada telefónica me sacara del ensimismamiento propio de mi fantasmal trabajo en la Residencia de Estudiantes para comunicarme que era finalista del Premio Minotauro. No hubo premio final, ni sigo ya entre los ilustres muros de la Residencia, pero el inminente estreno de La última sombra para el próximo 20 de febrero sabe a victoria y sobre todo a ilusión recuperada.

Tocará de nuevo salir a la calle y a las librerías; vestirse de escritor como quien se pone el traje de faena o el uniforme de su verdadero oficio; armarse de palabras para trasladar al público las mejores intenciones, con la sensación última de que son los propios libros quienes mejor hablan de sí mismos; firmar ejemplares a viejos y nuevos lectores que le confieren a uno el poder de trasladarse al otro lado de la literatura; sentirse vivo, en suma. Tan vivo como mis personajes, esos personajes que me miran desde las páginas de La última sombra con una mezcla de satisfacción y temprana melancolía, porque saben que su tiempo pasará pronto y me demandan otra historia, más cuentos, más palabras.

Con la publicación de cada libro me siento arropado, querido por esos amigos que me alientan en la tarea de escribir; compruebo con entusiasmo que algunos se involucran hasta el punto de ponerse a dibujar, corregir o editar este booktrailer. Descubro que se puede poner en marcha un pequeño equipo de colaboradores, como si por una vez la literatura se asemejara al cine o a la música y no fuera un esfuerzo solitario. Ha pasado un año y este escritor comienza a salir de su laberinto: lo hace acompañado de una novela y también de algo más, de alguien más que le sirve de espejo, el eco de una voz que habla de amor y de acercanza. Un año difícil, extraño, lleno de sinsabores y medias tintas, pero que es feliz si culmina con una buena historia que contar.

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